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Mujeres por debajo de la línea de pobreza: ¡emerjamos juntas!

La principal razón por la que las mujeres no participan y viven en una situación de subordinación económica es por la carga de trabajo no remunerado

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Escrito en GUANAJUATO el

En Guanajuato 1’391,600 mujeres viven en algún grado de pobreza según la medición realizada por la CONEVAL en el año 2018. En porcentajes (mujeres 44.5%, hombres 42.1%), se refleja que hay más mujeres que hombres por debajo de la línea de pobreza en 2.4 puntos porcentuales.

Esto significa que esa gran cantidad de mujeres no cuentan con un ingreso formal o informal constante o apoyos gubernamentales reflejados en el ingreso.

Jubilarse y tener una pensión tampoco es una meta para ellas, precisamente porque la mayoría no cuenta con ingresos propios, hay dependencia económica de su pareja o de la familia lo que las pone en situaciones complicadas para satisfacer sus necesidades propias.

En total, somos 3’170,480 mujeres guanajuatenses según el censo 2020 del INEGI, pero ser el 51.4% de la población, no significa una ventaja en número respecto de los hombres, ni algún beneficio u oportunidad que nos permitan el control en la toma de decisiones en diversos aspectos, por el contrario, casi siempre parece que de arranque llevamos las de perder.

Analizando los números que arroja el mismo censo, la población femenina de 12 años y más ocupada del Estado es de 1’193,933, sin embargo, al cierre del mes de junio de 2021, solo hay registro de 380,934 mujeres trabajadoras ante el IMSS, lo que deja muy claro que el resto mayor se encuentra laborando en el mercado informal, ampliando la brecha de desigualdad y a contracorriente de las metas que para el 2040 buscan incrementar las opciones de empleo e ingreso digno en condiciones de igualdad.

Un gran reto no solo de todos los órdenes de Gobierno, sino de la sociedad en general.

La caracterización de la pobreza de las mujeres es objeto de estudio permanente para múltiples disciplinas que intentan explicar el fenómeno, los obstáculos son incluso conceptuales y de la evidencia misma de la que se dispone para estudiarlos. En opinión de Katya Rodríguez Gómez (Rodríguez, 2014) investigadora de la Universidad de Guanajuato, un concepto como el de “feminización de la pobreza” no describe la problemática en toda su complejidad, principalmente porque no hay un precedente de empobrecimiento de las mujeres, sino que esa era una pre condición a las mediciones y sobre todo, porque los instrumentos estadísticos miden los ingresos familiares asumiendo que al interior de los hogares hay una división equitativa del ingreso y eso no es así.

En palabras llanas, el ingreso de las mujeres no es suyo, sino apenas de las necesidades familiares. Imaginemos entonces, cuánto más grande es la brecha.

Y por el otro lado, están también las estadísticas que muestran que los hogares de jefatura femenina no son tampoco los más pobres en comparación con otros de jefatura masculina e ingresos equivalentes. El uso del ingreso, personal o familiar, revela que probablemente esa sea la diferencia entre uno y otra.

Pero aún con las carencias en las bases de datos que nos permiten estas inferencias, lo que parece ser consistente, independientemente del método, es que la brecha de género se sostiene y las interseccionalidades como lugar de residencia, pertenencia o no a un grupo indígena, edad, nivel educacional y la actividad productiva misma, sumadas a la condición de mujer, representa una desventaja al acceso de recursos. Solo dos condiciones parecen ser una excepción: empleo formal y alto nivel educativo.

Así que, resulta muy claro en dónde deberíamos concentrarnos para disminuir la brecha, pero tampoco es que sea fácil. Múltiples factores inciden en una u otra ruta que tienen diversas complejidades a su vez. La principal razón por la que las mujeres no participan y viven en una situación de subordinación económica es por la carga de trabajo no remunerado (CEPAL, 2009).

En el empleo juegan también los cuidados familiares, estancias y guarderías, escuelas presenciales -ahora hay que aclararlo-, redes de apoyo familiar, movilidad, seguridad social, salud y más. En lo educativo, las estadísticas muestran un avance que tampoco hace espejo en los ingresos de las mujeres, tal vez por todas las externalidades citadas y acumuladas.

Nos sobran razones para centrar la mirada y los esfuerzos en lograr que las mujeres emerjan de la línea de pobreza, pero es imposible hacerlo solas. Debemos buscar los acuerdos necesarios desde todos los ámbitos en los que nos toca participar, público, privado y social.

¿Qué dice la sociedad completa el hecho de que las conclusiones de los estudios de pobreza de las mujeres digan que una mujer sola es menos pobre que si tiene pareja y notablemente menos pobre que si tiene hijos?

Esta no es una invitación sino a la reflexión y a repensar los modelos que reproducimos todos los días con nuestras acciones cotidianas, hombres y mujeres. No lo lograremos solas, mujeres: ¡emerjamos juntas!