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¿Sin presidenciables?

La oposición sí tiene las condiciones para luchar por la Presidencia en 2024 con personajes fuertes, carismáticos y competitivos. | José Antonio Sosa Plata

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Escrito en OPINIÓN el

El hecho es inobjetable. Los partidos de oposición no tienen aún candidatas o candidatos que puedan ganar la Presidencia de la República en 2024. En contraste, el presidente Andrés Manuel López Obrador aseguró  que su gobierno tiene posibles sucesores “hasta para prestar”. Aunque su afirmación es relativa, lo cierto es que la lucha por la sucesión se intensificó después de la jornada electoral del pasado 6 de junio.

La lucha por el poder para el 2024 ya está en marcha, aunque se insista en decir lo contrario. Y durante el periodo de la llamada cuarta transformación, se parece mucho a lo que sucedía hace más de tres décadas porque regresaron los "tapados", porque se especula muy seguido sobre quién podría ser el sucesor o sucesora y porque en este sexenio el “Gran Elector” será el Presidente de la República.

El parecido con el pasado es mayor porque la oposición enfrenta una crisis profunda de liderazgos. Si no corrige a la brevedad, el candidato o candidata que designe el presidente tendrá las mismas oportunidades de ganar como las que tenía un candidato del PRI a mediados del siglo pasado. Por lo tanto, la decisión final la tomará una sola persona, independientemente de cuál sea el método que defina su partido.

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El tapadismo funcionaba porque teníamos un partido hegemónico y dominante. Al romperse este ritual con las elecciones de 2000, México entró en una etapa en la que la incertidumbre sobre quién sucedería al titular del Poder Ejecutivo fortaleció nuestra democracia. Desde entonces, el presidente podía sugerir o influir en quién sería el candidato o la candidata de su partido, pero nadie podía asegurar que ganaría la elección.

El margen de libertad que tenían los mandatarios eran muy amplios. Tan grandes como los votos que recibía el elegido en cada elección. Con el triunfo apabullante que obtuvo el presidente López Obrador en 2018 se han creado las condiciones para restablecer el método. El problema de fondo es que nuestra democracia no podrá resistir el riesgo de un retroceso.

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La única forma de evitarlo es que vuelva a haber competencia real en la elección para presidente. Sin embargo, para lograrlo es absolutamente indispensable que los partidos logren posicionar en el escenario a personajes con la capacidad de convencer a segmentos amplios de la ciudadanía, sobre todo a quienes se decidieron en las pasadas elecciones por fortalecer un esquema de equilibrios y contrapesos.

A pesar de las dudas que han expresado ya algunos analistas, sí es posible. Lo malo para la oposición es que aún no se percibe ningún movimiento concreto que permita ver quiénes serán esos líderes o lideresas que le hacen falta. Lo bueno, es que la experiencia ha demostrado que en dos años se puede formar una figura con la reputación y el carisma que se necesitan para competir con la persona que designe el presidente. 

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La experiencia nacional e internacional de los últimos años registra diversos ejemplos de cómo se pueden construir liderazgos sólidos para hacer frente a los regímenes con partido dominante. El común denominador es que el éxito no depende de una sola persona, sino de la fortaleza de la causa, el proyecto y el equipo que respalda al líder o lideresa que lo encabeza.

La decisión de que los presidenciables se presenten ya ante la sociedad no se contraponen con el marco jurídico vigente. Los límites y posibilidades de tener un rol activo en el espacio público están bien claros. En consecuencia, deben estar presentes lo más pronto posible en los medios convencionales, digitales y redes sociales para iniciar el necesario proceso de posicionamiento, factor clave para ganar confianza, credibilidad y apoyo de la gente. 

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Por otra parte, también están claros los errores que deben evitarse. Si los partidos opositores de mayor peso están pensando desde ahora en una candidata o candidato que represente a una coalición, están cometiendo un grave error. La o lo desgastarían prematuramente. Sin duda, la polarización prematura tampoco les sería favorable. Y si además lo descubren hasta el último momento (por ejemplo, un año antes de la elección), estarían perdiendo un tiempo y un sinnúmero de oportunidades muy valiosas.

El nuevo escenario que surgió con las Elecciones 2021 tendría que llevar a la oposición a que desarrolle un plan de trabajo que considere, por lo menos, los siguientes elementos:

1. Identificar y sacar a la luz pública por lo menos a tres personajes de los partidos más fuertes. Las características, atributos y restricciones de cada uno deberán surgir de un diagnóstico político y de varios estudios de opinión. También se tendrán que establecer criterios para reducir los conflictos entre quienes no salgan favorecidos. Y, con el paso del tiempo, elegir al más fuerte a partir de un conjunto de criterios que efectivamente respondan a las expectativas del electorado. 

2. Elaborar los diagnósticos precisos de lo que sucedió en las Elecciones 2018 y un ejercicio prospectivo de lo que sucederá con las dos consultas públicas que posiblemente se harán en los próximos meses.

3. Comprender a fondo el humor social que hoy prevalece en la población. El seguimiento constante de este indicador contribuirá a definir el mejor perfil de imagen y rol que deberá tener cada uno de los elegidos.

4. Diseñar una estrategia de comunicación política acorde con las características del nuevo ecosistema de comunicación. No hay duda que las elecciones no solo se ganan con el marketing tradicional ni con las “benditas” redes sociales. El proyecto debe considerar que los resultados finales de una elección son mutifactoriales.

5. Integrar de inmediato a los equipos interdisciplinarios que elaborarán el proyecto de nación. Los asesores deben comprender que un porcentaje significativo de quienes votaron por la oposición no fue porque estuvieran en favor de sus proyectos, sino porque estaban en contra del gobierno actual.

6. Ajustar los paradigmas con los que los partidos políticos integran los equipos que conforman sus estructuras territoriales, al tiempo de fortalecer sus cuadros con programas audaces y modernos de capacitación.

7. Definir las causas principales que defenderán los personajes seleccionados e insertarlas en el marco de una narrativa clara y convincente. Es obvio que la difusión de sus mensajes deberá estar supeditada a una estrategia en la que no debe haber espacio para el descanso, el silencio o la improvisación.

8. Elaborar los principios básicos y las narrativas, en lenguaje sencillo, directo y coloquial, de los proyectos de nación que presentarán las y los candidatos opositores a la sociedad.

9. Involucrar a los personajes elegidos en los grandes temas de la agenda nacional, con sentido táctico, y propiciando el debate con sus adversarios principales. Quien no esté confrontando o debatiendo en los medios, simplemente no existe.

10. Integrar, capacitar y entrenar a un grupo de voceros multiplicadores de sus mensajes en todos los estados de la República, de manera particular en las zonas estratégicas desde el punto de vista electoral.

La lista de lo que se puede hacer es mucho más grande. Pero hay que empezar por lo indispensable. Recuperar el esquema competitivo en la elección presidencial no solo será benéfico para los partidos de oposición, que lo necesitan con urgencia. También será positivo para la o el candidato que surgirá de las filas de Morena y sus aliados, porque les dará mayor credibilidad y legitimidad, sobre todo si llegan a ganar.

Recomendación editorial: Rogelio Hernández Rodríguez. Presidencialismo y hombres fuertes en México. México, El Colegio de México, 2016.