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Sí aplanaron la curva, pero de las promesas y las metas

La caída será fuerte y el descenso prolongado, preparémonos para los peores escenarios. | Leonardo Martínez Flores

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Escrito en OPINIÓN el

A pesar de la acumulación de pruebas documentales, de múltiples evidencias y de cuestionamientos directos por especialistas nacionales y extranjeros en el sentido de que el gobierno federal manipula los datos y la información sobre el estado y la evolución de la pandemia del coronavirus, éste no ha modificado su estrategia de comunicación.

El problema de fondo es serio. Este afán de minimizar la gravedad de la crisis sanitaria nos ha llevado a una situación de enorme incertidumbre en la que nos movemos a tientas, y aunque no sabemos bien a bien en dónde estamos parados, todo indica que en las grandes ciudades seguimos subiendo por una empinada pendiente hacia la cima de las curvas epidémicas. La verdad es que nadie conoce las fechas de llegada a las puntas de las curvas de cada ciudad, ni cómo se verán los descensos después de haber llegado a las cimas.

Los mensajes triunfalistas que reiteradamente difunden López Obrador y Gatell, en línea con su internacionalmente cuestionada estrategia de comunicación, sólo logran que muchas personas relajen sus medidas de prevención con lo cual multiplican y mantienen activos los canales de transmisión del SARS Cov-2.

Pareciera exagerado decirlo, pero no lo es: el manejo irresponsable de la epidemia por parte del gobierno federal ha causado y seguirá causando un número indeterminado de muertes evitables.

Y en todo esto hay un punto adicional que resulta preocupante, pues a pesar del ya amplio expediente de mentiras e incumplimientos de López Obrador, éste sigue gozando de una alta credibilidad ante una parte aparentemente nada pequeña de la población.

Resulta que al inicio de su administración la curva que iba acumulando las promesas cumplidas empezó bien, con una notable y empinada pendiente positiva pues cumplió ejemplarmente con la cancelación del aeropuerto en Texcoco, con el despido de una multitud de funcionarios con vocación de servicio público y valiosa experiencia acumulada, y empezó a tambor batiente con todas las acciones necesarias para iniciar la refinería de Dos Bocas, el Tren Maya y para revertir las reformas en educación y en energía.

Pero muy pronto las cosas se le empezaron a complicar y la lista de las promesas incumplidas empezó a crecer a pasos acelerados. Sin hacer un recuento exhaustivo, recordemos por ejemplo que prometió solemnemente mantener las estancias infantiles; que en 2019 estarían funcionando 100 universidades públicas, con carreras acordes a cada región del país para atender con educación de calidad y sin pago de colegiatura a 64 mil estudiantes del nivel superior; que se apoyaría a estudiantes y académicos con becas y otros estímulos en bien del conocimiento; que desde su primer día empezaría un programa para apoyar a los damnificados de los sismos con trabajo, vivienda y servicios públicos, reconstrucción de escuelas, centros de salud, edificios públicos y templos que forman parte del patrimonio cultural del país.

Prometió también que a la mitad del sexenio se tendría un sistema de salud de primera, como en Canadá o en los países nórdicos; que el incremento del presupuesto para financiar los programas del bienestar se obtendría de ahorros por no permitir la corrupción y gobernar con austeridad republicana; que no habría amiguismo, ni nepotismo ni influyentismo; que los contratos de obra del gobierno se llevarían a cabo con la participación de ciudadanos y de observadores de la ONU; que se descentralizaría el gobierno federal y las secretarías serían reubicadas en distintos estados de la República; que habría un auténtico estado de derecho.

Otras promesas solemnes fueron crear un corredor económico y comercial en el Istmo de Tehuantepec que comunicaría a Asia con la costa este de los Estados Unidos; que impulsaría el desarrollo de fuentes de energía alternativas renovables, como la eólica, la solar, la geotérmica y la mareomotriz; que no se permitiría ningún proyecto económico, productivo, comercial o turístico que afectara el medio ambiente; que en su tercer año quedaría solucionado en definitiva el problema de la saturación del actual aeropuerto de la Ciudad de México, pues para entonces ya estarían funcionando las vialidades, dos pistas nuevas y la terminal de pasajeros en la base aérea de Santa Lucía; que no se usarían métodos de extracción de materias primas que afecten la naturaleza y agoten las vertientes de agua, como el fracking; y que se respetaría la libertad de expresión ya que nunca su gobierno aplicaría censura a ningún periodista o medio de comunicación.

No es necesario hacer un seguimiento puntual del desempeño del gobierno para percatarse de que, para bien o para mal, no sólo ninguna de las promesas anteriores se ha cumplido, sino que en muchos de los casos las acciones gubernamentales han ido en direcciones exactamente contrarias a lo prometido.

Pero falta lo dicho en dos ámbitos críticos de la vida nacional: la inseguridad pública y la economía. En materia de inseguridad la promesa fue que en los primeros 3 años de gobierno se reduciría entre 30 y 50% el número de homicidios con abrazos no balazos, cuando al día de hoy las mismas cifras oficiales (con todo y las cifras ocultas del caso) muestran números siempre crecientes de muertes por violencia. Con este gobierno las muertes por violencia no se detienen, aumentan.

En materia económica las promesas de López Obrador vistas en perspectiva parecen bromas de mal gusto. Sus razonamientos mágicos para resolver la pobreza y las desigualdades económicas lo llevaron a prometer un crecimiento anual de 4% sin aumentar la deuda pública. Pero bastó un año para que sus decisiones nos llevaran a un crecimiento negativo y que el monto a pagar de la deuda pública creciera significativamente. La pandemia del coronavirus fue la puntilla, no la causa de nuestra tragedia económica.

Regreso al punto de la credibilidad de López Obrador. Este breve recuento de promesas incumplidas y la maraña de excusas explicativas que le acompañan debería de ser suficiente para entender que las afirmaciones que hace sobre la epidemia son parte del mismo guion, de la misma comedia.

Apenas el 26 de abril López Obrador dijo literalmente: “Vamos bien porque se ha podido domar la epidemia. En vez de que se disparara, como ha sucedido desgraciadamente en otras partes, aquí el crecimiento ha sido horizontal (SIC, nótese que un crecimiento horizontal es un descubrimiento matemático trascendental) y eso nos ha permitido prepararnos muy bien para tener todo lo que se requiere de equipos médicos y especialistas”. Y el 29 de abril volvió a la carga, afirmando “...que el contagio se volvió horizontal, se aplastó la curva”.

Pero en la vida real el panorama es muy distinto. En el periodo comprendido entre ese día en el que López Obrador anuncia que se ha domado a la epidemia y el día de hoy, la estadística oficial registra casi 4 mil muertes adicionales por covid-19. Y aunque la cifra ya es dramática de suyo, recuérdese que según las estimaciones de múltiples especialistas nacionales y extranjeros hay que multiplicarla por factores que pueden ir del 2 al 4 para obtener una cifra que se aproxime más a la realidad.

Insisto en que es lamentable que los medios de comunicación le sigan el juego a la mancuerna gubernamental encargada de la comunicación sobre el estado y la evolución de la epidemia. Todos publican sistemáticamente las cifras irreales y maquilladas como si fueran ciertas, a pesar de toda la evidencia en contra. El mensaje es recibido por la población y eso no ayuda a luchar contra la transmisión rampante del coronavirus.

Finalizo reconociendo que sí hay por supuesto una curva acumulativa que López Obrador ha logrado aplanar, pero no es la que él se imagina, es la de sus promesas iniciales y las metas de su gobierno. La caída será fuerte y el descenso prolongado, preparémonos para los peores escenarios.