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Seguridad energética en México y el quid pro quo de Trump

La supuesta solidaridad de Trump hacia México obedece a los intereses de la industria energética de su país. | Alicia Fuentes

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Escrito en OPINIÓN el

Vaya que la semana pasada estuvo pletórica de sorpresas en el mercado petrolero. Donald Trump hizo gala de sus dotes de negociador al sentar a la mesa a Rusia y Arabia Saudita para llegar a un acuerdo para estabilizar los precios del crudo. Superadas las diferencias entre los tres principales productores de petróleo del mundo, se acordó que todos los miembros de la OPEP y los productores independientes recortarían 10 millones de barriles de crudo diario durante dos meses. 

Lo que parecía ser un consenso rápido entre los mayores productores de petróleo, éste quedó condicionado al consentimiento de México al negarse a reducir su producción de crudo y ofrecer sólo un recorte de 100 mil barriles diarios en lugar de los 400 que le corresponderían conforme a la propuesta inicial. Tras la inesperada postura mexicana que puso en suspenso el acuerdo, una sorpresa más vino cuando Donald Trump ofreció compensar el faltante de 300 mil barriles diarios de México para desbloquear el impasse y llegar a un consenso. Aunque finalmente la propuesta del mandatario estadounidense no fue aceptada por los miembros de la OPEP ampliada, México también sorprendió al mundo al romper la colaboración del gobierno mexicano con la OPEP que venía profundizándose desde 2016. 

¿Cómo llegó México a este punto de desencuentro internacional con sus aliados naturales? Para México, la propuesta de la OPEP de reducir la producción petrolera representa no sólo la pérdida de un ligero margen ganado en la extracción de crudo a principios de este año, también significa llevar intencionalmente sus niveles de extracción al punto más bajo en la historia petrolera del país, con el consecuente golpe a la finanzas públicas y a la ideología del presidente Andrés Manuel López Obrador, empeñado en recuperar una gloria petrolera que por salud es necesario guardar en el baúl de los recuerdos y concentrarse en una política energética desde una nueva perspectiva fundamentada en la circunstancia que nos tocará vivir.

Si bien en enero y febrero de 2020 Pemex reportó una ligera recuperación en la extracción de crudo que promedió los 1,726 mil barriles de petróleo diarios, responder al llamado de la OPEP hubiese dejado a México con una producción de petróleo de 1,326 mil barriles de crudo diarios que repercutirían negativamente con la ya de por sí deficiente capacidad de refinación y con menores recursos federales provenientes de la exportación.

El tema de las exportaciones resulta crítico pues, en lo que va de 2020, México ha vendido al exterior una media de 1,180 mil barriles de crudo al día, que representaron ingresos por un monto de 3,560 millones de dólares y de los cuales una buena parte son para financiar las importaciones de productos derivados del petróleo y gas natural, cuyo origen es Estados Unidos; que por cierto es el destino de más del 60% de las exportaciones de petróleo de México. Sólo como dato, por primera vez en cinco años, México logró colocar en el mercado estadounidense 720 mil barriles de petróleo diarios en enero de este año, pues de 2015 a 2019 las exportaciones petroleras a Estados Unidos habían promediado 628 mil de barriles de crudo diarios que regresan a México como productos refinados. 

La gran dependencia que México tiene para el abastecimiento de combustibles desde Estados Unidos, en especial gasolinas, diésel y gas LP, ha alcanzado el 99% en conjunto. Incluso, al desagregar la dependencia de cada petrolífero los porcentajes individuales no distan mucho del general, por ejemplo, el 81% de la gasolina y naftas que se consumen en México provienen del mercado estadounidense; mientras que el 85% de la demanda nacional de gas LP se cubre con el suministro desde el vecino del norte. Y ni hablar del 65% de gas natural que se consume en México, que es abastecido a lo largo de toda una infraestructura de ductos. 

Además, pese a la una constante negación en México, la importación de petróleo está en puerta pues de acuerdo con la Administración de Información Energética, Estados Unidos vendió a México mil barriles diarios de crudo en 2016, 3 mil en 2018 y mil en 2019 que se destinaron a la refinería de Salina Cruz a fin de solventar el desabasto de gasolina provocado por las compras de pánico de 2016 y la lucha contra el huachicol en 2019, así como para compensar la caída del 50% de la producción del campo Xanab, Tabasco, entre julio y octubre de 2018.

La independencia energética no existe hoy en día en el mundo, con México incluido. Como la mayoría, nuestro país responde a factores externos, como lo evidenció la presión ejercida por la OPEP la semana pasada; pero en el caso de mexicano responde especialmente frente a las decisiones que pudiera tomar Estados Unidos. 

La migración, el muro y el crimen organizado eran los temas en torno a los cuales giraban las fricciones entre México y Estados Unidos; y el sector energético no figuraba en la escena, al menos no hasta la semana pasada. La supuesta solidaridad de Trump hacia México obedece a los intereses de la industria energética de su país; así como la postura de López Obrador de aceptar el ofrecimiento de Estados Unidos fue una decisión sopesada que obedece a la rapidez que ameritaba la situación. No obstante, esto sólo demuestra una vez el gran peso de Estados Unidos en decisiones trascendentales para México. 

En el caso del petróleo y del sector energético, cuántos de nosotros pensamos que más que aligerar la presión de la OPEP a México, la ayuda de Trump en realidad sería en quid pro quo que se cobraría en el corto plazo y cómo la profunda dependencia de combustibles que usamos a diario podría convertirse de un momento a otro en nuestra mayor vulnerabilidad. 

Para modificar esta situación, la opción de largo plazo es consolidar un sistema energético mexicano en el que se conciba que una mayor producción de petróleo no garantiza la seguridad energética y que es necesario invertir cuantiosos recursos para hacer eficiente el consumo de energía en todos los sectores, incrementar el uso de fuentes renovables y energía nuclear para la generación de electricidad, adaptar el sistema de refinación, promover investigación y desarrollo de biocombustibles, sentar las bases para la sustitución del parque vehicular híbrido y eléctrico, tanto el público como el privado, entre otros. Cierto, esto implica una gran inversión, pero conlleva menos riesgos geopolíticos para México que los actuales, en especial con Estados Unidos.