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Por una gran reforma fiscal; nos vemos lentos

Hay enormes capacidades de producción semiparalizadas; lo que se requiere es generar demanda que la ponga a funcionar. | Jorge Faljo

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Escrito en OPINIÓN el

Este 16 de abril rebasamos los tres millones de muertes por covid en el planeta; uno de los peores desastres globales de la historia. Además, empobrecimiento masivo provocado por el doble golpe de, primero caída de la producción y, después, caída brutal del ingreso de la mayoría.

Lo peor ya parece estar quedando atrás y entramos a una etapa de reactivación insuficiente y sesgada. Así como unos fueron más golpeados que otros; ahora en la reactivación los más golpeados son los menos favorecidos.

De esta inequidad da cuenta la enorme multiplicación de la riqueza de los que ya eran los más ricos del planeta. Según Oxfam, la más reconocida alianza de organizaciones caritativas, la riqueza de los 10 más ricos del planeta, que ya era enorme, se incrementó en 540 mil millones de dólares –mmd-, en lo que va de la pandemia. Jeff Bezos, el más rico del planeta batió otro record cuando su fortuna personal se incrementó en 13 mmdd en un solo día, a fines de julio del 2020.

Pero los cuentos de hadas tienen su lado oscuro. Según el Banco Mundial la pandemia ha elevado la pobreza extrema a más del 9 por ciento de la población mundial (que vive con menos de 1 dólar 90 centavos al día), mientras que más del 40 por ciento de la población vive con menos de 5.50 dólares al día. La pobreza extrema implica hambre crónica y carencias elementales; la pobreza a secas mala nutrición y necesidades básicas insatisfechas.

El enriquecimiento de los súper ricos se asocia a su muy baja contribución al bienestar general, aunque a muchos les guste dar fachada y presumir de “filántropos”; palabra que hay que oír con mucho recelo.

Resulta que 55 de las más grandes corporaciones norteamericanas no pagaron ni un centavo en impuestos federales en 2020. En conjunto tuvieron ganancias por 40.5 mil millones de dólares y a la tasa oficial de 21 por ciento de impuesto a las ganancias corporativas habrían pagado un total de 8.5 mmd. No los pagaron y hasta recibieron 3.5 mmd del gobierno norteamericano; obviamente provenientes de los impuestos que sí pagaron los trabajadores, los consumidores y las pequeñas y medianas empresas.

Un ejemplo. La empresa Zoom, dedicada a facilitar videoconferencias tuvo 16 millones de dólares –md-, de ganancias en 2019 y de 660 md en 2020; un año en que pago cero dólares en impuestos federales. A fines de 2020 tenía 4.2 miles de md en efectivo y públicamente solicitó buenas ideas sobre qué hacer con ellos.

A lo largo de los años y con el apoyo de sus cabilderos, las grandes empresas lograron incidir en el diseño de leyes con grandes agujeros que les permitieran evadir impuestos, y hasta solicitar apoyos públicos. Digamos que desquitan los grandes donativos que hacen a las campañas políticas norteamericanas. Consiguen deducir sus gastos de investigación, de inversión y los beneficios a sus altos ejecutivos.

Los países, estados y ciudades del mundo compiten para ofrecerles condonaciones de impuestos, infraestructura a modo, subsidio a sus insumos (agua, electricidad), y reglas laborales favorables. Es una competencia suicida que pone contra la pared a los gobiernos.

Un efecto de la pandemia es que pone los reflectores en la falsedad de la idea de que si los ricos se hacen más ricos eso terminará por favorecer también a los pobres. La nueva idea es que son los gobiernos los responsables y los únicos que pueden aliviar la enorme crisis sanitaria, social y económica en que nos encontramos. Y para ello necesitan recursos y no a la manera usual. No como deuda.

Hasta ahora lo acostumbrado es que los grandes corporativos paguen pocos impuestos y acumulen enormes recursos financieros que luego les prestan a los gobiernos. De manera similar les prestan a los consumidores en lugar de elevar salarios. Una estrategia que agoniza porque difícilmente los gobiernos y los hogares (y en Estados Unidos, los estudiantes) se pueden endeudar más.

Hay enormes capacidades de producción semiparalizadas; lo que se requiere es generar demanda que la ponga a funcionar. Eso sólo lo pueden hacer los gobiernos gastando en infraestructura y transferencias sociales que apoyen a los más vulnerables. Para eso, para salir adelante, se requiere fortalecer el gasto público. Una idea que ha adoptado la actual administración federal norteamericana, pero que se esparce en todas partes.

Cunde en el mundo la idea de que se requiere una gran reforma fiscal. No una que le quite dinero a la mayoría empobrecida, o a las empresas pequeñas y medianas, las mayores generadoras de empleo. Es necesario en cambio que el peso del esfuerzo recaudatorio recaiga en los pocos muy favorecidos por la crisis; en los ultra ricos, en las grandes ganancias y riquezas que poco o nada contribuyen a reactivar la producción, el empleo o la demanda.

El presidente norteamericano, Biden, ha propuesto una gran reforma fiscal en tres pasos: elevar el impuesto a las ganancias corporativas del 21 al 28 por ciento; hacerlo efectivo por la vía de eliminar agujeros para la evasión y, algo inusitado, propone que se establezca un piso mínimo de impuestos del 21 por ciento parejo en todos los países del mundo para todas las corporaciones.

Un impuesto mínimo global parejo es una idea que apoya el Fondo Monetario Internacional y es de la mayor importancia en un mundo globalizado porque evitaría la absurda competencia para bajar impuestos y subir incentivos para atraer grandes corporaciones a cambio de un puñado de empleos y, en algunos casos, de engrasar las manos de algunos gobernantes.

Otra idea que cunde en el mundo es gravar las grandes riquezas, y las grandes herencias. Argentina impuso un impuesto del 2 por ciento a las fortunas personales en la porción que sobrepase el equivalente a unos 50 millones de pesos mexicanos. Afecta a sólo 12 mil personas. Bolivia cobra del 1.4 al 2.4 por ciento a la riqueza personal excedente de más o menos 86 millones de pesos.

Noruega, España y Suiza tienen impuestos a las grandes fortunas. Francia lo tiene a la riqueza inmobiliaria que supere los 1.3 millones de euros (unos 31 millones de pesos). Italia tiene un impuesto a la riqueza de italianos colocada fuera del país.

Ideas hay muchas, ejercerlas es una carrera que apenas empieza y, poco a poco, nos acerca a la gran reforma fiscal que necesita el mundo… y, por supuesto, México.