Main logo

Por un feminismo popular

Frente a un contexto político polarizante y con tantas emergencias que afectan a las mujeres, no es claro aún que haya una agenda feminista. | Fernanda Salazar

Por
Escrito en OPINIÓN el

En libro “Regarding the pain of others”, Susan Sontag inicia refiriéndose a “Tres Guineas”, de Virginia Woolf en el que la escritora habla sobre las raíces de la guerra y las diferencias fundamentales entre hombres y mujeres con relación a ella. Algunas de estas reflexiones, rescatadas por Sontag para hablar de la fotografía de guerra, pasan por una pregunta fundamental: ¿es posible hablar de un “nosotros” cuando hablamos de la violencia, el dolor y la muerte provocadas por la guerra? La respuesta es clara: “ningún “nosotros” debe ser dado por hecho cuando un sujeto está mirando el dolor de otras personas”.

Retomo esta reflexión para hablar de las mujeres, nuestra diversidad, el movimiento feminista y la representación política, en un país que, a pesar de una realidad social de profunda desigualdad, de múltiples formas de discriminación, de violencia machista generalizada y muy pocas políticas públicas que apunten hacia su erradicación, ha avanzado como pocos en el mundo en la participación política de mujeres. El contexto nos llama a reflexionar sobre lo complejo que es dar por sentado un “nosotras”, cuando las experiencias de tantas son excluidas de las narrativas dominantes y cuando quienes nos identificamos con el feminismo estamos frente a una definición política: contribuir a un movimiento amplio y popular que transforme los sistemas en los que vivimos o a un producto del mercado que abre espacios y oportunidades para quienes gozamos de privilegios, pero no para la gran mayoría de mujeres. 

Frente a los avances de la participación política de las mujeres en México, el riesgo es que esta quede capturada, como ha sucedido con los hombres, por una élite de mujeres que, teniendo todo el derecho de participar y ser electas, no actúen para fortalecer el acceso a espacios de poder; entre otras cosas, por las estructuras partidistas anquilosadas y por el modelo de reelección que tenemos hoy en día.

Las consecuencias pueden ser terribles: seguir dejando fuera a mujeres cuyas luchas y visiones no podrían ser representadas por quienes hoy están llegando a esos espacios, porque estamos muy lejos de ser un grupo homogéneo. Lo visto durante las recientes elecciones en estados como Guerrero, deja clara la diversidad de perspectivas, intereses y motivaciones políticas que tenemos las mujeres, mismas que suelen ser descalificadas desde el elitismo, la falta de diálogos plurales y de contextos, e incluso la franca discriminación. Esto debería detonar reflexiones sobre cómo el discurso feminista dominante –excesivamente académico y en muchos casos racista y elitista/clasista– está lejos de permear y tener relevancia entre las mujeres por las que, en teoría, buscaría accionar. 

Como dice Alejandra Castillo en su libro “Crónicas Feministas en Tiempos Neoliberales”, “la gran revolución no llegará compartiendo frases en Facebook, sino transformando el sentido de la democracia y, para aquello, también es necesario recuperar el espacio que las élites y corporaciones han ganado en la política partidista”. 

En este sentido, la activista y funcionaria argentina Elizabeth Gómez Alcorta nos recuerda que es necesario ampliar los debates feministas y no ubicarlos solo en torno a las violencias contra las mujeres sino en las desigualdades que reproducen los sistemas de opresión; mismos que clasifica en tres: riqueza, tiempo y deseo en razón de género. 

La riqueza, en tanto a la escandalosa desigualdad que existe entre hombres y mujeres, que se acentúa cuando hablamos de mujeres lesbianas, bisexuales, transexuales y/o cuando son mujeres indígenas y/o negras, y/o mujeres con discapacidad. En ese sentido, afirma, 78% de las mujeres en el mundo en desarrollo no tienen contratos laborales, acceso a seguridad social y/o carecen de derechos laborales, y 54% se ocupan en sectores precarios. 

El tiempo, en cuanto a la injusta organización social de los cuidados, con la consecuente feminización de la pobreza, impactos en la salud, en la vejez y en todo el proyecto de vida individual y comunitario. En este punto, también se acrecienta la desigualdad inter-género porque las mujeres con recursos pueden tercerizar las tareas del hogar a mujeres en condición de pobreza y mayor vulnerabilidad. 

Finalmente, el deseo en tanto que la sexualidad y la función reproductiva de las mujeres sigue estando controlada por el Estado y nuestro cuerpos siguen siendo objetos centrales en el sistema de acumulación y explotación.

La presencia de mujeres en posiciones de poder es cada vez mayor. Tendremos, además de paridad en Cámara de Diputados, paridad en prácticamente todos los congresos estatales (incluso mayoría de mujeres en algunos) y el mayor número de mujeres gobernadoras en la historia. Sin embargo, frente a un contexto político polarizante y con tantas emergencias que afectan desproporcionadamente a las mujeres, no es claro aún que haya una agenda feminista y, menos, de un feminismo popular capaz de plantear soluciones a las grandes problemáticas desde una perspectiva que interpele a quienes hoy por hoy no ven en el feminismo una propuesta que les anime a movilizarse: una perspectiva verdaderamente capaz de construir un “nosotras/nosotres”.

La pregunta es: ¿se puede dentro de nuestra institucionalidad partidista actual?