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Miguel Auza, “valiente entre los valientes”

La batalla duró siete horas y fue terriblemente sangrienta. | Iván Lópezgallo*

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Escrito en OPINIÓN el

Porque después de quemar en Puebla el último cartucho, México se hunda antes que sucumbir al furor de los invasores. Y, a falta de elementos de guerra, se les persiga y se les destroce con los dientes y con las uñas.

Benito Juárez, presidente de México.


Ataque al fuerte de San Javier. Óleo sobre tela de Jean-Adolphe Beaucé

 

Un día como hoy, pero de hace 157 años, los habitantes de la Ciudad de México no hablaban de pandemias ni problemas económicos, sino de las últimas noticias recibidas de Puebla. Y cómo no hacerlo, si desde el 16 de marzo la angelópolis estaba sitiada por miles de franceses bajo las órdenes del general Élie-Frédéric Forey, quienes a pesar de ser muy superiores en armamento y preparación militar a los mexicanos, tras mes y medio de lucha callejera sólo habían podido apoderarse del fuerte de San Javier y unas cuantas cuadras más.

Fue el 25 de abril cuando los invasores se lanzaron contra el convento de Santa Inés, una posición crucial para la defensa que se encontraba a cuatro cuadras de la plaza principal y, junto a la calle de Pitiminí, formaba el ángulo de las líneas sur y poniente. Si caía esta posición Puebla estaba perdida. Así lo entendía el general Jesús González Ortega, jefe de las fuerzas mexicanas que defendían la ciudad, por lo que le ordenó al coronel Miguel Auza, líder de las tropas mexicanas en Santa Inés, “rechazar al enemigo o defender el punto que le estaba encomendado hasta caer muerto o prisionero con la fuerza que le obedecía”.

Auza, un zacatecano de 40 años, liberal, abogado, ex integrante del Congreso Constituyente de 1857 y ex gobernador interino de Zacatecas, era también un hombre valeroso y le mandó decir a González Ortega que sus órdenes “quedarían exactamente cumplidas”.

Y así fue. La batalla duró siete horas y fue terriblemente sangrienta, pero lo ganaron los mexicanos. De acuerdo con el capitán y periodista Carlos Casarín, protagonista de aquellos acontecimientos, a las 8:00 de la noche del 25 de abril se habían levantado 300 zuavos muertos o heridos de la huerta y otros 125 del patio y los claustros del convento. Cifra a la que un día después se agregaron 42 muertos más. Esto además de 130 prisioneros.


Calle de Pitiminí. Fotografiada al final del sitio.


En su diario, publicado recientemente por el INAH, Casarín anotó que por parte de los defensores hubo tan solo 85 muertos y heridos; aunque otro testigo de los acontecimientos, el teniente coronel Francisco P. Troncoso, anotó que varios oficiales mexicanos perdieron la vida y entre la tropa hubo 200 muertos y 300 heridos.


Generales Jesús González Ortega y Francisco Alatorre, coronel Miguel Auza


Entre estos últimos estaba el coronel Miguel Auza, quien fiel a su compromiso siguió en su lugar a pesar de que un muro se le derrumbó encima, sepultándolo y lastimándolo de gravedad. En medio de la pelea, sin importarles que las balas pasaban cerca de ellos, varios soldados y oficiales de Puebla y Zacatecas lo sacaron de los escombros, tras de lo cual Auza siguió en su posición sin importarle que estaba “sumamente estropeado”.

Fue por ello que cuando terminó la batalla el general Francisco Alatorre, jefe de la 4ª División y encargado de la línea de defensa que iba de Santa Inés hasta El Carmen, escribió que debía “hacerse una mención honorífica del coronel Auza, que con una serenidad y actividad tremendas, conservó con su ejemplo el buen espíritu de sus subordinados, hasta quedar sepultados bajos los escombros”. Por su parte, el general González Ortega lo definió como “valiente entre los valientes” y aseguró que fue “el héroe principal de esta brillante jornada”, ascendiéndolo poco después a general brigadier.

Semanas después, tras una defensa que el general Forey calificó como “inusitada y hasta cierto punto bárbara y reprobada por la civilización moderna, pues los edificios y casas de la ciudad están convirtiéndose en cenizas y escombros por su tenacidad”, pero que para el historiador Vicente Quirarte fue tan heroica y llena de esplendor como la victoria del 5 de mayo, los defensores de Puebla rompieron sus armas y se entregaron prisioneros el 17 de mayo de 1863.


Ruinas del convento de Santa Inés


Días después, tras negarse a no volver a pelear contra los franceses, los generales, jefes y oficiales que defendieron Puebla salieron rumbo a Veracruz para ser enviados a Francia, pero la mayoría se fugó en el camino. Otro protagonista de aquellos acontecimientos, el coronel Agustín Alcérreca, escribió en su diario que sólo partieron al viejo continente 471 de los mil 466 prisioneros que iban a ser desterrados.

Muchos de los que escaparon –como los generales Mariano Escobedo, Porfirio Díaz y Miguel Auza–, junto a otros que volvieron del destierro –como los generales Francisco Paz e Ignacio Mejía, quien fue nombrado ministro de la Guerra por el presidente Jua´rez y con ese cara´cter le nego´ el indulto a Maximiliano; además del coronel Cosme Varela–, sostuvieron la resistencia que en 1867 terminó con el imperio y consolidó a la República como la forma de gobierno de nuestro país.

A quienes deseen saber un poco más sobre este acontecimiento les recomiendo los siguientes libros:

· Alce´rreca Flores, Agusti´n (2013). Diario del Sitio de Puebla de Zaragoza (1863) del general de Brigada Agusti´n Alce´rreca Flores. Puebla: Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla.

· Casari´n, Carlos (2019). Diario del sitio de Puebla de Carlos Casari´n: Relatos e ima´genes en torno a los sucesos de 1863. Me´xico: INAH.

· Taibo, Paco Ignacio II (2017). La gloria y el ensuen~o que formo´ una patria, Tomo 2. 1859-1863. Me´xico: Editorial Planeta.

· Troncoso, Francisco P. (1988). Diario de las operaciones militares del sitio de Puebla en 1863. Puebla: Gobierno del Estado de Puebla, Secretari´a de Cultura.

El de Paco Ignacio Taibo II es muy recomendable, aunque los otros tres fueron escritos por protagonistas del sitio, todos dentro de las filas del Ejército de Oriente.


La última y nos vamos: La educación y la investigación son fundamentales para el desarrollo de cualquier país. Por ello hago un llamado al Gobierno Federal y la Secretaría de Hacienda para que se reactiven las becas para estudiantes de licenciatura, maestría y doctorado que tan sorpresivamente fueron canceladas. Hacerlo no favorece a un grupo privilegiado y, en cambio, es una decisión congruente con el apoyo que el presidente López Obrador ha dado a los jóvenes.


*Iván Lópezgallo estudió Historia en la UNAM. Es Lic. en Administración de Empresas, Lic. en Periodismo, Mtro. en Narrativa y Producción Digital y candidato a Dr. en Administración. Premio Nacional de Locución (2010) y Premio México de Periodismo (2010 y 2017). Catedrático universitario (instituto Mora, Universidad de la Comunicación y Universidad del Valle de México). Es autor del libro El camino de un guerrero. Vida y legado de Isaías Dueñas (Porrúa 2017) y colabora en revistas como Bicentenario y portales Digitales.