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Las sufragistas

Tercera entrega del Diario íntimo de una señorita decimonónica en cuarentena. | María Teresa Priego

Por
Escrito en OPINIÓN el

(Diagnosticada como histérica por el célebre profesor Jean-Martin Charcot, especialista, en el hospital de La Salpêtrière, del tan misterioso padecimiento femenino). 

(Noveletta por entregas)

TERCERA PARTE

Querido diario:

Hace apenas un mes el feminismo tomaba la ciudad. Hubertine Auclert, la más temeraria de las sufragistas francesas guiaba la marcha junto a un puñado de mujeres valientes, rebeldes, pancartas en mano. El feminismo reivindica lo que es justo y lo que es verdadero. Es el futuro. La nueva palabra corre de boca en boca pronunciada con un gesto de disgusto, en la mayoría de los casos. Las acompañé desde la acera, a su ritmo, sin sumarme. Mi neurosis social me impide aún pertenecer, comprometerme a las reuniones constantes en espacios reducidos. Debatir me causa sonrojos indeseables. Las admiro tanto. Desde el encierro las recuerdo con nostalgia: la libertad de las mujeres es vivida como una afrenta, la violencia que se nos inflige como “ciudadanas” infantilizadas no está en cuestión para la mayoría de las personas. Los socialistas combaten el orden del mundo masculino que los somete, se pelean entre ellos, hacia adentro de sus mundos. ¿Y nosotras?

Querido diario:

La melancolía me sumerge. Esta nostalgia hecha de sueños contrariados. Una se traiciona. A veces lo sabe y a veces no. En esta cuarentena reconocerlo se impone como un decreto interior. En toda su crueldad. Las niñas buenas abonamos a la perpetuación de nuestra situación injusta. Queremos rebelarnos sonriendo, agitando el abanico, hablando quedo por temor al sonido de nuestra propia voz. Las sufragistas caminan de su paso firme, quizá ellas también tiemblan por dentro. Eligen vivir más allá de sus temblores, esa es la diferencia. Pocas mujeres se atrevieron a aplaudir a su paso. Sería inadecuado. Algunos hombres reunidos en la acera, las abuchean. Virilmente. Hubertine es una líder de una gran inteligencia y estatura moral, pero sus reivindicaciones y su visión de otros mundos nos rebasan por mucho. Ella y su esposo viven ahora en Argelia. Investiga la vida cotidiana de las mujeres árabes, para escribir un libro.

Visita París y su llama enciende los corazones femeninos. Era muy joven cuando me escurrí a una reunión en las oficinas de su asociación Derecho de las Mujeres, aceptó mi inscripción aún cuando mi edad estaba lejos de la edad reglamentaria para votar, si votaramos. El voto femenino es el centro de la lucha de Hubertine, no hemos avanzado demasiado desde el Primer Congreso internacional por los derechos de las mujeres de 1878. Algunos hombres y mujeres feministas se concentran en las demandas por los derechos civiles, ella difiere: las mujeres tenemos que obtener el acceso a la igualdad también en los derechos políticos. Este debate separa a los militantes.

Querido diario:

A pesar de las simpatías que despiertan las causas de la señora Auclert (Hubertine no usa el apellido de su esposo), el miedo al rechazo social, a ser tachada de “loca” mantiene a cantidades de mujeres lejos de sus esfuerzos. Las  solteras temeríamos no casarnos nunca si se sabe que la frecuentamos. Las casadas arruinarían su reputación y en consecuencia, arrastrarían por el fango el apellido de un marido que no sabe controlarlas. El miedo a ser excluidas nos paraliza. Es tan absurdo: ¿Por qué una teme ser excluida de lugares a los que no le interesa pertenecer? A los que no le conviene en lo más mínimo pertenecer, es más.

Querido diario:

Los hombres se sienten tan amenazados por las sufragistas que pareciera que no solicitamos compartir con ellos el derecho al voto, sino arrebatarles su derecho a votar. Curiosa manera de relacionarse, como si ser detentadores de un bien no fuera suficiente, es necesario para disfrutarlo, que otras no lo tengan. ¿Por qué la doble ganancia sería necesaria? ¿Por qué los desposeería la igualdad? Nuestra educación sexual no es distinta. Los señores se pasean del brazo de las cocottes y pagan sus favores, en toda naturalidad. Cierto que grandes historias de amor han surgido de esos vínculos, también, tan desiguales. Ellas dependen social y económicamente de ellos y debo confesar que cuando corre la noticia del último aristócrata o burgués despótico, arruinado por los caprichos de la bella en turno, siento una oleada de vengativa satisfacción. ¿Acaso no es triste que lo más creativo a lo que tengamos derecho las mujeres sea esquilmar a un tirano hasta la bancarrota? 

Querido diario:

La sexualidad femenina es un conflicto personal, sólo porque es un gran conflicto social. “Se adelanta a su tiempo, señorita Hildegarde”, me responde el célebre profesor Jean-Martin Charcot, con las pupilas dilatadas por una suerte de espanto. Teme por mí. Me quiere a su manera, como un padre obligado a poner orden en las emociones que se desbordan en su criatura. Se lo agradezco y me irrita. “Quizá usted vive con retraso el suyo, profesor”, le respondí.

Me ha hipnotizado en más de una ocasión. Sí me hace viajar, pero hay un problema que los dos reconocemos: nada cambia cuando regreso. La hipnosis me revela, pero no me sana. Las migrañas continúan. Pierdo la voz. Sufro parálisis momentáneas en partes de mi cuerpo. No hay en mí ningún daño orgánico, él me lo asegura y yo lo sé. 

Jura que si insistimos, la hipnósis me aportará la solución, quizá lo revelado hasta ahora no es lo más importante. Quizá cualquier tarde mi “trauma” oculto dejará de agitarse en sus corrientes subterráneas y surgirá hacia la luz. 

Querido diario: 

Un día quizá tenga que explicarle algunas consideraciones acerca de mis males, al profesor Charcot, podrían serle útiles con otras pacientes, pero no es el momento. Un animal salvaje se esconde adentro mío. Lo quiere todo. Vive en estado de alerta ante su hambre infinita. Simula, finge. Soy una simuladora que pierde el tiempo en elegir trajes, zapatillas, pañuelos. ¿Los guantes de seda o de cabritilla? Nada de eso me importa, nada. 

Quisiera viajar a Oriente, a las Américas. Quisiera tomar un barco, tener un amante, que nada me detenga. Convertirme en una egiptóloga, como el señor de Champollion. ¿Cuál escenario sería más complejo: señora de bien que pasea sus encajes por el gran mundo, o la descocada de quien casi todos reniegan? 

En el primer escenario no eres digna de amor y en el segundo languideces, como un caracol que sólo espera en su vidriera para ser freído en mantequilla (a fuego lento) y devorado. Esas mujeres “mimadas por el destino”, escribe Hubertine Auclert. Mimadas, sin duda, si una piensa en las obreras, en las campesinas, en sus jornadas laborales y las circunstancias insalubres en las que viven, pero vivirse “mimadas” es una trampa. Millones de veces preferible a la precariedad, al hambre, al lodo, sí. La trampa del conformismo en el que vivimos las señoritas y las señoras de mundo: mejor someternos que perder nuestros beneficios. 

Como los caballos detenidos, lamemos nuestro freno.

Querido diario:

Mi madre me explica que tendría que trabajar esa docilidad que se considera uno de los mayores atributos femeninos. Lo pienso y mi corazón se llena de una rabia que me provoca temblores en todo el cuerpo, casi podría destruir mi libro de oraciones a dentelladas. Me lo dice ella, mientras pasa los días recostada en su chaise longue, con paños fríos en la frente, ahogada en sollozos y en desgracias imaginarias, producto del ocio y la abundancia. Nunca ha sido feliz desde que dejó la casa de su padre, suponiendo que alguna vez lo haya sido y sus recuerdos no sean sino idealizaciones de lo malo, ante lo que le parece bastante peor. Su padre me hacía pensar en un augusto general prusiano. 

Marie, la mucama, coloca las telas en el alféizer de la ventana, durante tres estaciones al año se las entrega congeladas. Apenas así, disminuyen sus males. Su temperamento es distante y helado, quizá sea responsabilidad del exceso de paños en invierno. Supongo que nos ha amado a su manera. 

Decir “a su manera” es un intento de mediar entre sus arranques pasionales por los conflictos que le generan nuestras vidas y el abismo de su presencia a la vez tan excesiva y tan ausente. 

Querido diario: 

Las visiones de otro siglo me toman, en este aislamiento, más que nunca. Vivo la vida de mujeres que no existen. Mujeres tal vez por venir. ¿Nos recordarán en el futuro? ¿alguien en el siglo XXI conocerá el nombre de Hubertine Auclert? ¿alguien le estará agradecida? ¿quién en los siglos por venir, buscará nuestros diarios ocultos en los fondos de los baúles y los armarios? Nuestras escrituras secretas. 

¿Escribirán de nosotras? ¿entenderán que fuimos más, mucho más que las recetas de cocina y el tejido y los potajes y las jornadas de pañales por lavar? 

Cuántas reflexiones acompañan a una mujer mientras se afana alrededor de sus tarros de conservas. Cuántas mientras borda sueños prohibidos en una colcha de Damasco. Cuánto sabe de sí misma en ese lecho conyugal donde se le ignora, hasta que en la penumbra de su habitación cada una termina por convencerse: más vale ignorarse a sí misma, para evitar la debacle. Quisiera tanto estudiar en una universidad y no con tutores a domicilio, o sola en mi casa. Quisiera tanto volver a pasear con mis amigas. Estrecharlas. En estos días casi todo me hace llorar.