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El poder del perro, una película de Jane Campion

"El poder del perro" es la más reciente película de Jane Campion a partir de una novela de Thomas Savage. | María Teresa Priego

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Escrito en OPINIÓN el

"Cuando mi padre falleció, no había nada que deseara más que la felicidad de mi madre. ¿Qué clase de hombre sería si no ayudaba a mi madre? ¿si no la salvaba?", es la voz de Pete, al inicio de "El poder del perro", la más reciente película de Jane Campion. La fascinada indagadora de las feminidades: "Sweetie", "Un ángel en mi mesa", "El piano", "Retrato de una dama", se interna, a su fascinante manera, en la recreación de ciertas masculinidades a partir de una novela de Thomas Savage, quien creció, como sus personajes, entre vaqueros en Montana. El personaje femenino es Rose, quien pareciera la única mujer en decenas de kilómetros a la redonda. La ignorada representante de las femineidades tiene una taberna: cocina, su hijo le ayuda a servir las mesas. Es viuda. Su esposo se suicidó. Viven en ese lugar que no podría ser más inadecuado para su hijo: una zona apartada en el estado de Montana en 1925. 

Pete es retraído, sensible, delgadísimo. Quiere estudiar medicina. No alza la voz, no se viste como los vaqueros de su entorno. En un universo aislado y rudo, ante los mandatos de masculinidad exacerbados, confecciona flores para adornar las mesas. Como si viviera en otro mundo. Vive en otro mundo. Recoge flores en el campo y observa. Phil lo humilla, su personaje es la encarnación del macho tratando desesperadamente de ser Alpha. Pareciera que su furia es directamente proporcional a su dolor. Lo percibimos desde el comienzo: Phil camina sobre brasas y obliga a los demás a abrasarse. Infantil y sádico. Retador y pendenciero. Su hermano George lo sobrelleva, a su manera lo comprende. Se recuesta en la cama junto a él. Lo protege. Han vivido juntos todas sus vidas. Hasta que George se casa con Rose y ella y su hijo llegan a vivir con ellos. Los celos y la furia de Phil crecen. Ha sido víctima de la peor de las traiciones: una mujer en la vida de su hermano. 

Esa soledad vivida a dos estalla. La soledad es ahora solo suya y la única manera de vivirla es torturar a Rose. Espiarla. Irrumpir de golpe y tomar los espacios. Perturbarla cuando se aplica en sus prácticas de piano. Phil odia las feminidades. Lo femenino. Toda forma de delicadeza le es ajena y se empeña en demostrarlo. Se empeña muchísimo. Tal vez demasiado. Pete lo sufre y lo observa, pasea su cuerpo quebradizo entre los rudos. Los escucha burlarse. Se cuenta que Phil fue a una de las mejores universidades del país. ¿Qué sucedió? ¿Cuál es su historia? Mientras Phil despliega sus abruptas formas de poder, Pete pareciera ejercitarse en otras formas de poder más sutiles: informarse, tratar de entender, percibir más allá de la evidencia. Sabe que su madre vive una pesadilla. Sabe que esconde botellas de alcohol debajo de las sábanas. Bajo el dominio de Phil y la relativa distracción de su esposo, Rose está perdiendo el control. Pete escudriña y espera. 

Acepta su papel de aprendiz de hazañas junto al cuñado de su madre. Aprende -entre humillaciones- a montar a caballo. Llegará el tiempo de saber por dónde. El tan aparentemente débil estudia con detenimiento los movimientos del "fuerte". Hasta que encuentra en una caja enterrada bajo un árbol el secreto de Phil: revistas de hombres desnudos. Escondidas. Las interminables historias que Phil cuenta de su admirado amigo muerto "Bronco Henry", el más salvaje -el más rudo de entre los rudos- se aclaran de golpe. Una de las más intensas escenas de Campion, que vaya si sabe de escenas bellas: están solos en la penumbra: el hombre "frágil" y el hombre "fuerte". Phil narra cómo "Bronco" le salvó la vida. Hacía un frío tan intenso. Su amigo se recostó pegado a él para transmitirle su calor. Pete pregunta: "¿Desnudos?" Acá la trama da un vuelco. Pete enciende un cigarro. Posa. Mira fijamente a su "maestro". Es poderoso, Pete. Muy. Lleva el cigarro a los labios de Phil. Una y otra vez, en una extraordinaria escena de seducción. Es una lucha brutal y no sabemos si Phil está consciente. Toma a Pete dulcemente por el cuello. Se acerca, casi lo besa. Dulcemente. Pete derrota al "poderoso", con sus herramientas tan otras, lo somete. Una furia congelada lo habita. Tan honda, que su torturador y ahora amigo rendido no podría siquiera imaginar. Pete le dice a Phil que su padre no lo amaba porque lo consideraba demasiado duro. El vaquero enternecido se precipita a responderle que el juicio del padre es más que equivocado. Pete mira a lo lejos. Con esa mirada suya ajena y distraída. El vaquero cruel cegado en la rigidez de sus estereotipos, de sus imágenes anquilosadas de poder, no es capaz de ver más allá. 

Una segunda lucha tendrá lugar: la de la inteligencia helada contra el violento desdén por la inteligencia. Digamos que Pete resuelve el problema que Phil representaba en la vida de su madre. En la vida de todos. La madre vuelve a sonreír en brazos de su esposo. El perro de Phil se ha quedado sin dueño y el joven estudiante fragilísimo, con toda tranquilidad, comienza a adiestrarlo: ahora él es su amo. En la biblioteca de la casa Pete toma un libro y lee el fragmento de un salmo: "Libra de la espada mi alma/ del poder del perro mi vida". Nos da por imaginar, al final, que quizá el padre de Pete no se suicidó: dicen que cuando Pete lo encontró colgaba de una cuerda. "¿Qué clase de hombre habría sido si no ayudaba a su madre?”.