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El feminismo transforma

El machismo del Estado y sus consecuencias están quedando cada vez más al desnudo. | Fernanda Salazar

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Escrito en OPINIÓN el

La zozobra es cada día mayor. Vivir con la creciente rabia contenida en el cuerpo que se combina con el miedo y la tristeza (y luego sorprenden los estragos en nuestra salud y bienestar). Ver que el país en el que naciste odia de tal manera a las mujeres que cada día matan a 10 de nosotras y desaparecen, violan, acosan, golpean, humillan, explotan, trafican, despiden, amenazan a muchas más SOLO por ser mujeres.

Vivir con una alerta integrada cuando caminas por la calle esperando llegar a tu destino segura y que amigas, hermanas, sobrinas, madre, tías, primas, vecinas, todas, estén también a salvo de la violencia machista criminal e institucional. Estar a la defensiva porque ocupas un espacio que a un hombre le parece que no debes ocupar. No estar tranquilas ni en casa porque sufren violencia de sus parejas. Vivir. Resistir.

Imaginar que el último caso será el que marque un cambio radical, sólo para despertar y darte cuenta de que la crueldad puede ser aún peor. Que la indiferencia no conoce límites.

Que las autoridades en este país, en todos los niveles, siguen con sus pequeñas luchas de poder, sus grillitas coincidentes con el tamaño que su comprensión implica. Constatar que cuando se trata de defender el privilegio masculino no hay diferencia política ni proyecto de justicia que se interponga. Que incluso mujeres poderosas no se asumen lo suficiente como para alzar la voz.

Que la mayoría de hombres en México no están dispuestos a cuestionar lo que han construido, ni su discurso y mucho menos su privilegio o sus formas múltiples de ejercer violencias. Hombres bien convencidos de que su forma de ver el mundo, sus experiencias en él y sus conocimientos son universales, y tienen la osadía de tomar el micrófono en sus distintos espacios para explicarnos hasta nuestros pensamientos y circunstancias. Tan incómodos con la idea de callarse y escuchar para tratar de entender. Otros, satisfechos con argumentar que ya tenemos suficiente igualdad (¿qué más quieren?), niegan sin pudor que aún hay demasiadas desigualdades visibles e invisibles.

Que demasiadas mujeres que gozan de enormes privilegios (como yo los tengo) siguen rechazando el feminismo como si éste no fuera en beneficio de millones de mujeres y otros grupos sociales que no pueden ejercer sus derechos a causa de nuestra indolencia; homologando -por ignorancia y comodidad- el feminismo con el machismo.

Que movimientos por los derechos humanos han excluido y despreciado por demasiado tiempo la perspectiva de género y la lucha estructural del feminismo por la misma razón: el machismo.

Pero la realidad ahí está.

El feminicidio de Fátima está lejos de ser el único que muestra la violencia cruenta en su máxima expresión: una niña de 7 años que vivía en condiciones de marginación cargando con toda la violencia institucional a tan corta edad.  Otros casos recientes como el de Abril o Ingrid también nos ha cimbrado, nos han llenado de furia, de indignación. Esos, entre los miles que se han registrado en los últimos años. El machismo del Estado y sus consecuencias están quedando cada vez más al desnudo.

Como nunca, es imprescindible seguir sumando, dialogando y construyendo entre visiones con grupos más amplios en favor de la justicia. Construir narrativas que permitan entender la relevancia de los feminismos en tiempos de desesperanza, de debilitamiento democrático y del sistema internacional de derechos humanos y del fortalecimiento de poderes fácticos en todo el mundo. Porque, así como el feminismo hoy tiene una energía poderosa también hay quienes, por distintos medios, con diversos discursos y muchos recursos, luchan por revertir lo logrado e impedir avances.

No hay membresía de antigüedad. Muchas empezaron mucho antes y mucho más jóvenes de lo que lo hicimos otras. Muchas más se están sumando ahora mismo.

La furia que cargamos no nos paraliza. Nos mueve. Y nos encontramos en medio de cientos de mujeres- cada vez más- tratando de organizarnos, de reflexionar, de actuar, de encontrar respuestas juntas, sabiendo que nos tenemos, cada vez más, a nosotras.

El feminismo como acción política puede transformar porque nos ayuda a entender que lo que vivimos en privado y en silencio tiene dimensiones estructurales y globales. Transforma a las mujeres, niñas y niños porque podemos construir redes desde un lugar distinto al de la competencia, la explotación y el individualismo, y puede transformar también a los hombres del sistema destructivo, explotador y cruel en el que las inmensas mayorías del mundo- y el planeta mismo- sufren.