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Distancia de rescate

A Samanta Schweblin le gusta el suspenso y es una maestra del dato minúsculo, de la sutileza, “Distancia de rescate” fue su primera novela. | María Teresa Priego

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Escrito en OPINIÓN el

“Cada uno alcanza la verdad que es capaz de soportar”. –Jacques Lacan

Samanta Schweblin es una escritora argentina. Le gusta el suspenso y es una maestra del dato minúsculo, de la sutileza. “Distancia de rescate” fue su primera novela. ¿Qué significa esa distancia a la que hace referencia? Es, para Amanda, una de sus protagonistas, la distancia de seguridad que mantiene con su hija pequeña Nina. La distancia del cuidado y de la posibilidad de reaccionar “a tiempo” ante una amenaza.  Hay un hilo enmedio. Una especie de cordón umbilical invisible que las une y que es necesario no estirar demasiado. No soltar, para que su hija esté protegida. Siempre. “La distancia de rescate, así se llama el hilo que me une con mi hija. Paso el tiempo calculando esa distancia”.

Marisa Valverde interpreta –con una increíble suavidad– a Amanda. Dolores Fonzi a Carola. Más agitada. Más misteriosa. La primera no sabe. La segunda algo supo, pero no hay nada que pueda hacer. ¿O sí? Nosotras/os, lectoras/es, espectadoras/es iremos descubriendo despacio las huellas. Junto a la protagonista. Solo si sabemos mirar, nos advierten, si sabemos percibir cada detalle. Porque es una novela de huellas y de “hubiera”. Regresar el tiempo. Revivir las escenas del pasado.

¿Cuál fue ese momento que precipitó la catástrofe? ¿cuál fue? Antes de esos segundos, ¿podría haber sido evitada? ¿Cuáles son lo indicios que no vemos? Los que no sabemos interpretar. Ahora la película dirigida por Claudia Llosa y con un guión de Claudia y Samanta está en Netflix. La amistad de dos mujeres: Carola quien vive con su esposo y su hijo David en un pueblo aislado y Amanda quien viene a pasar un verano con su hija Nina. Su esposo las alcanzará en algún momento. 

Pero, ellas ¿son amigas? Escuchamos el pensamiento de Amanda. Así va la narración. Se nos ofrece desde adentro de ella. Y en ese espacio del pensamiento irrumpe el pequeño David, tan inquietante. El que sabe demasiado para su edad. Porque es David, pero no lo es. David le habla a Amanda y la guía en el viaje al pasado que le permitirá descubrir qué sucedió. ¿Dónde está su hija? Hay una cierta fascinación entre Carola y Amanda. Se retan y se apoyan. Aunque lo siniestro apenas disimulado flote alrededor. ¿Por qué es tan dura Carola con David? ¿por qué le teme a su hijo? “Es solo un chico”, dice Amanda. Y de tantas maneras lo acaricia. Quizá por eso él está allí para ella. Después. Para guiarla y para guiarnos en la historia que ya fue. Porque nosotras/os tampoco entendemos nada. 

Alguien trae la maldad inscrita en el fondo de sí. Pero, ¿quién? Es probable que alguien delire. Pero, ¿quién? Esas voces que se intercalan.  “Tenés que mantenerte despierta, Amanda. Tenés que volver al jardín”. “¿Por qué siempre volvemos al jardín?” “Porque es cuando mi madre te habla de mí por primera vez”. Amanda pregunta: “¿Es tu hijo?” Y Carola responde: “Era mi hijo, ya no. Ya no me pertenece”. Hay una tercera mujer en una casa verde aún más aislada. Se llega hasta allá de emergencia. En lancha. Y en algún momento dice esta frase inquietante: “Podemos intentar una migración”. 

“¿Cómo dejé pasar semejante historia? ¿así es donde empieza? ¿Ese es el punto?”, pregunta Amanda. “No. No es el punto exacto. Volvamos al día en el que conociste a mi madre. No te olvides de los detalles”. Una siente miedo. Me pasó más con la película que con la novela. Es un tremendo juego de tiempos: en un punto sabemos que la catástrofe ya sucedió y sin embargo, tememos a cada minuto que suceda. Está a punto. Va a suceder. Pensé en ciertas experiencias de vida. En los traumatismos. Esa sensación de miedo o pánico que se prolonga. Que permanece. Miedo a lo imprevisto que puede desatar en cualquier momento la intensidad del daño. Vivir en estado de alerta. Vivir calculando “la distancia de rescate”. Cargar con el “hubiera” sobre los hombros. Y esta pregunta terrible, acosadora, cruel: ¿si “hubiera” puesto la suficiente atención, si “hubiera” huido a tiempo, se podría haber evitado? ¿Había la posibilidad de salvarse huyendo a tiempo? 

El “hubiera” sí existe. Más allá de todo decreto, de todo llamado a la prisa por resolver. A los empujones para “pasar a otra cosa”. El hubiera sí existe y no es solo un breve trámite en un proceso de duelo. Las vías alternativas. Las vidas paralelas. ¿En qué segundo se sabe que la catástrofe es inminente? ¿en qué segundo se sabe que no hay marcha atrás? El “hubiera” existe para intentar entender lo que sea posible entender. Para renunciar –con el tiempo– a saber lo que no tiene respuesta. Pero ¿cómo negar el anhelo insistente –tan desesperado a veces– de encontrar respuestas? David dice: “No te estás dando cuenta. Pero hay más. Alrededor, cerca”. “Pero yo no lo veo”, responde Amanda. “Lo ves”, dice David. “Pero no lo entendés”. Una novela excelente y una película idem. Muy inquietantes. Y poéticas. Todas esas metáforas tan inquietantes. 

“¿Es porque no vi el peligro?” pregunta Amanda. No lo vio. No pudo creer en la amenaza. Eligió confiar. No supo calcular “la distancia de rescate”.