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De diosos y héroes

Sugiero iniciar un etiquetado de advertencia como en los alimentos, para hacer un consumo informado y responsable de diosos y héroes. | Elena Estavillo Flores

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Escrito en OPINIÓN el

Voy a atreverme a tocar un tema espinoso. Tabú, como los toros, la religión, la política y, hasta hace poco, el feminismo y las cuotas. Asuntos difíciles porque apelan, antes que otra cosa, a las emociones. Discusiones en las que, además, suelo encontrarme en el lado menos seductor, aunque no necesariamente equivocado, de la minoría. No obstante las respuestas que anticipo, insisto.

Voy a hablar de diosos y héroes, así en masculino y así con minúscula (sí, dice “diosos”). Si existiera otra grafía más menguante, la usaría.

Y es que las reacciones públicas al reciente deceso de Maradona han sacado a la superficie el orden de las prioridades y los valores de nuestras sociedades. Aclaro: sociedades en plural, porque no se trata de un grupo, un país o un deporte. El fenómeno atraviesa muchas fronteras. Tampoco estamos frente a un caso singular, lamentablemente, pero la visibilidad de Maradona lo coloca en un lugar preponderante en la atención pública.

Además, el fenómeno me impactó más porque el fallecimiento ocurrió exactamente en el Día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer.

Bajo ese marco, las expresiones públicas sobre el ídolo no se limitaron a reconocer los méritos de un futbolista excepcional, sino que pudimos escuchar que se trataba de un dios, héroe, comandante, nada menos que un ser fuera de serie y difícilmente igualado sobre la faz de la tierra. 

En nuestro país, el congreso le concedió un minuto de silencio justamente en el día que estaba destinado a clamar por resolver la crisis de feminicidios que no hace sino empeorar; en medio de la pandemia que en ese momento ya contaba más de 100 mil mexicanas y mexicanos muertos, de acuerdo con las cifras oficiales. 

Aún quienes no somos fanáticas del futbol, sabemos quién fue Maradona. Para bien y para mal. Hemos escuchado de su excepcionalidad como jugador, pero también conocemos su machismo, la violencia ejercida contra distintas mujeres en su vida, sus expresiones misóginas en lo privado y en lo público.

Por ello no puedo callar ante la condescendencia con la que se ha tratado la parte oscura de este personaje. En algunos países, al menos, tras la primera oleada sin filtro llegó un segundo momento de reflexión y autocrítica donde algunos medios reconocieron el desbalance en las alabanzas a Maradona, e intentaron hacer un retrato más fiel de sus luces y sombras. Me preocupa ver que en México no llega esta segunda etapa. Ni en este ni en otros casos.

En nuestro inconsciente colectivo, ser misógino y violento sigue siendo peccata minuta, un pecadillo, un defectillo de la personalidad que se puede esconder bajo la alfombra, porque siempre habrá algo más importante en qué poner atención.

No se trata de exigir perfección. Las personas somos multidimensionales y sería ingenuo esperar que nuestras heroínas y héroes de carne y hueso sean ejemplares en todos los aspectos de su vida. Pero entre los extremos de pintar a diosos y a monstruos, podríamos tratar de encontrar una posición mínimamente balanceada.

Lo que preocupa de admirar a diosos sin filtro alguno, es que estos símbolos se instalan en nuestro imaginario y los llevamos a todos los espacios de la vida cotidiana. Esos diosos a quienes se perdona todo terminan reflejándose en el padre o el abuelo violento y abusador que, aunque toda la familia lo sepa o lo sospeche, podrá seguir en total impunidad porque es amable a veces, porque es un buen proveedor, incluso porque es inteligente y simpático para los demás cuando está de buenas. De-bue-nas. Y en los espacios laborales, el compañero incómodo, con su machismo velado o abiertamente violento, será promovido antes que otras mujeres con una simple advertencia de que tiene que beber menos en la fiesta de fin de año y tratar de portarse mejor. Si acaso.

No soy aficionada a los deportes, así que quizá me ha resultado más fácil despojarme de emociones al tocar a estos héroes, pero en otros ámbitos me identifico con el conflicto. Todavía no sé qué hacer con Woody Allen, con García Márquez (quien ya nunca será el mismo, después de Memoria de mis putas tristes) y con muchos otros.

Tocamos un problema profundo y complejo, que requiere una amplia reflexión ética. Quizá parte de esa introspección pueda llevarnos, al menos, a coincidir sobre un piso mínimo de principios o mesura. Confieso que para mí lo que rebasó el umbral fue ese minuto de silencio. 

No pretendo solucionarlo aquí, pero sugiero por ahora iniciar un etiquetado de advertencia como en los alimentos, el tabaco y el alcohol, para hacer un consumo informado y responsable de diosos y héroes. A Maradona le pondría: exceso de violencia, exceso de machismo, exceso de misoginia. Se recomienda discreción.