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AMLO y Carmen: el rey sacrifica a sus peones

Andrés Manuel López Obrador decide sacrificar a sus peones mediáticos. | Ricardo Alemán

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Escrito en OPINIÓN el

Las interrogantes ya son un clásico en redes y en páginas digitales.

¿Por qué razón es más frecuente, a diario, que López Obrador decide sacrificar a sus peones mediáticos?

¿Por qué, por ejemplo, López Obrador satanizó de manera pública a la senadora Lilly Téllez, quien pasó de aduladora incondicional a crítica mordaz?

¿Por qué López Obrador exhibió en medios la lealtad de antaño de articulistas como Denise Dresser y la contrastó con la crítica implacable de hogaño?

¿Por qué la revelación morbosa de la supuesta traición de Brozo a Televisa, en la víspera de la difusión pública de los “video-escándalos” de Ahumada y Bejarano?

¿Por qué de forma impensable, AMLO descalificó a la más servil de sus aduladoras de ayer, la señora Carmen Aristegui, y hoy la coloca en la picota, a merced de las “jaurías babeantes” de redes?

Lo cierto es que la respuesta no es y/o no debiera ser novedad para nadie en México.

¿Por qué?

¿Por qué está a la vista de todos que la traición y la deslealtad son “los pilares morales” que soportan al político y líder social que muchos idolatran?

En efecto, López Obrador no tiene amigos y menos aliados, ya que su historia personal y política está basada “en traicionar y tirar a la basura”.

Y es que en toda su vida política el mandatario mexicano ha hecho suyo un clásico del juego de reyes, al ajedrez, en donde siempre o casi siempre los peones están para eso; el sacrificio capaz de salvar al rey.

Y en el caso de AMLO todas las supuestas lealtades y los presuntos aliados en realidad son peones políticos o mediáticos; “carne de matadero” para salvar la vida política del rey de Palacio.

Incluso en la juventud de López Obrador aparece la muerte de un hermano y de un amigo, a manos del joven tabasqueño; ambos sacrificados para satisfacer las mocedades delirantes del futuro presidente.

Pero sobran los ejemplos de traiciones a lo largo de la extensa carrera política de AMLO y el caso más reciente es el servil senador Ricardo Monreal, uno de sus lacayos más acabados durante décadas y que hoy es combatido con todo el poder del presidente.

Y basta abundar para encontrar el feo parricidio político cometido por López Obrador contra su padre, Cuauhtémoc Cárdenas; además del matricidio contra Rosario Robles, jefa de gobierno del Distrito Federal y quien hizo todo para encumbrar a López Obrador y que hoy la tiene en prisión de manera ilegal.

Y un ejemplo extremo es el expresidente Zedillo, quien ordenó violar la ley electoral del entonces DF, para convertir a López Obrador en candidato a jefe de gobierno. Hoy, López Obrador sataniza con frecuencia a Zedillo sin más explicación que el uso político que le puede significar golpear a un exmandatario.

Pero existe otra razón que explica el tamaño de la traición de López Obrador a sus otrora incondicionales peones mediáticos.

Se trata de la poco conocida versión política de la Tercera Ley de Newton.

¿La física como arma política?

En efecto. Primero vale recordar la mítica Tercera Ley de Newton, que dice, palabras más, palabras menos: “a toda acción corresponde una reacción igual, pero en sentido contrario”.

Traducida a la política esa ley física dice que “a toda acción política corresponde una reacción de poder igual, pero en sentido contrario”.

¿Y cuál es la acción política que desencadenó la furiosa reacción de López Obrador contra sus peones mediáticos de antaño?

Poca cosa, el escándalo de moda; la revelación de las transas del primogénito de Palacio, que se han convertido en un verdadero “estallido nuclear” en torno al gobierno y al mandatario, quienes son vistos por millones de mexicanos no sólo como integrantes del peor gobierno de la historia sino como los más mentirosos y más ladrones de la historia.

En otras palabras, resulta que el tamaño del escándalo y la magnitud del daño causado a la imagen presidencial -entre buena parte de la “opinión pública”-, han obligado a una reacción también inédita y extrema en Palacio.

¿Y qué mejor “control de daños” que llevar a la picota a la otrora incondicional y servil Carmen Aristegui?

Por eso la pregunta reiterada: ¿Dónde quedó la supuesta lealtad que debe López Obrador a la más servil de sus aplaudidoras?

Lo cierto es que aquellos que creen en la lealtad, la bondad o las buenas intenciones de López Obrador están en una o más de las siguientes definiciones: ingenuos, bobos o idiotas.

Y el tiempo se los confirma todos los días.

Al tiempo.