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Ataque en El Paso: lo que nos une y lo que nos separa

Columna de opinión de Juan Carlos Romero Hicks

Escrito en GUANAJUATO el

El pasado 3 de agosto en El Paso, Texas, el discurso de odio tuvo consecuencias fatídicas cuando se tradujo en la muerte de 22 personas inocentes, de las cuales 8 eran mexicanos. La ola de violencia con armas de fuego en Estados Unidos ha ido en aumento, pero la trascendencia de lo que pasó en El Paso radica en que el objetivo del asesino fue “matar a hispanos y detener su invasión al país”. Objetivo evidentemente racial en un Estado que durante los últimos 350 años ha sido país independiente, colonia de Francia, colonia de España, parte de México y parte de Estados Unidos

La respuesta de las autoridades mexicanas fue notoriamente rápida y el Canciller Marcelo Ebrard fue personalmente a atender la situación a Texas. Sin demeritar las acciones emprendidas por la cancillería y por la Sub Secretaría para América del Norte, existen varios temas que se pudieron atender de manera distinta.

Solicitar la extradición del asesino no es necesario. Las leyes en Estados Unidos y particularmente en Texas son mucho más severas que las mexicanas. En nuestro país aunque se pueden acumular sentencias no existe la cadena perpetua ni mucho menos la pena de muerte, además, según los datos de México Evalúa, la impunidad en delitos federales alcanza un 94%. 

Condenar el discurso de odio y la xenofobia tal y como se hizo en la carta enviada por la Sub Secretaría para América del Norte era necesario, pero también es necesario analizar nuestros propios discursos y nuestras propias palabras. La democracia mexicana y particularmente el Gobierno mexicano han defendido una narrativa que promueve la división y si algo dejó claro la tragedia del sur de Texas es la urgencia de eliminar las palabras y los discursos que no abonan a la unidad. El ejemplo y las actitudes siempre dirán más que cualquier condena.

Por otro lado, la palabra terrorismo como es usada por las autoridades mexicanas (con base en el artículo 139 del Código Penal Federal) no tiene el mismo significado que la expresión norteamericana de terrorismo doméstico. No se puede demandar por terrorismo, pero si se debió pedir una condena pública. Muchos países y actores internacionales lo hicieron.

El mayor enemigo de la pluralidad y por lo tanto de la democracia es el discurso de odio y de discriminación. Durante los últimos años se ha vuelto una tendencia mundial hacer de los discursos de odio un ingrediente común en las democracias y en los procesos electorales. El odio entre clases sociales, el odio hacia razas, el odio hacia seguidores de un partido político, de una religión o de una ideología; el odio como opuesto a la tolerancia y a la pluralidad para buscar la simpatía de más electores. Es una de las características del populismo y de los candidatos y autoridades populistas, sin hacer distingo de su origen ideológico o partidista.

Es tiempo de resaltar aquello que nos une, siempre ha sido y será mucho más de lo que nos hace diferentes.

@JCRomeroHicks