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Policía CDMX • Andrés M. Estrada

Héroes y demonios.

Por
Escrito en OPINIÓN el

Hablar de la Policía de la Ciudad de México es hablar de una institución de claroscuros.

Escándalos, violaciones, sobornos y corruptelas se tejen al interior de esta policía junto con elementos realmente valiosos para la sociedad capitalina.

Este libro da voz, mediante una profunda investigación, a quienes han vivido estas contradicciones para bien y para mal.

La feroz corrupción interna; el cobijo de ciertos mandos hacia grupos delincuenciales; el acoso sexual que sufren las mujeres policías; la fabricación de delitos y su negocio redondo; la precariedad de los sueldos, y un largo etcétera.

Pero a la par, y más allá del estigma que recae sobre el policía de a pie, hay verdaderos héroes que arriesgan la vida en las calles y no obtienen más que el anonimato y unas cuantas balas zumbando sobre sus cabezas.

Las historias aquí vertidas atestiguan que verdaderos héroes y demonios conviven en dicha institución.

“Policía CDMX. Héroes y demonios” de Andrés M. Estrada. Editorial Aguilar. Penguin Random House.

Policía CDMX | Andrés M. Estrada

#AdelantosEditoriales

 

Prólogo

La percepción de los policías en México se resume en unas cuantas palabras: autoritarios, prepotentes, corruptos e ignorantes. Es el estigma que los cubre. Todos son iguales. Al verlos en las calles a bordo de sus patrullas, parados en una esquina de la capital del país o resguardando algún inmueble público o privado, generan una sensación de miedo, burla o desprecio.

Su imagen ha dejado de representar autoridad y respeto. Si es que alguna vez lo han tenido. Los ciudadanos les llaman cerdos, tiras, puercos, polis, marranos, policletos, pitufos… un sinfín de sinónimos despec­tivos. Son individuos desprendidos de su valor humano. Cosificados.

No es para menos, la historia de la policía tiene un pasado y un presente oscuro. Una y otra vez se dan a conocer historias de agen­tes coludidos con la delincuencia; los que abusan de los derechos­ humanos de los ciudadanos; quienes extorsionan y roban. Los demo­­nios vestidos de azul.

Pero también existen elementos que tienen una verdadera vocación de servicio para apoyar a la población. Incluso algunos han dado su vida por salvaguardar la integridad de las personas. En la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México (ssc cdmx) hay buenos y malos elementos. Héroes y demonios. Poco se conoce de ellos.

Los medios de comunicación, reporteros y periodistas rara vez se han enfocado en indagar qué hay bajo el uniforme y la placa de quienes son los encargados de procurar justicia. Ser policía no es fácil. Se enfrentan a tres fuegos: la delincuencia, las autoridades que los rigen y la misma ciudadanía.

Pocos lo saben, pero dentro de la institución impera una corrupción voraz que carcome todos los días al sistema de seguridad pública. Es una práctica a la que se le conoce como entres: un sistema de cuotas que se les exige a los policías de los escalafones más bajos, arraigado desde antes de la llegada del personaje favorito de la policía en México de los setenta y ochenta, Arturo el Negro Durazo Moreno. Los jefes y mandos extorsionan a sus subordinados para que puedan trabajar, tener una patrulla, una motocicleta o un uni­ forme a su medida; les cobran por las balas que usan o para arreglar su armamento; para no ser enviados a los peores servicios y para no ser arrestados, porque sí, también los policías son privados de su libertad (por 12, 24 y hasta 36 horas) muchas veces de manera injusta. Otros oficiales se sinceran y reconocen que son partícipes de la corrupción y cómo esto ha dañado a la policía.

Los entres no sólo salen de los bolsillos de los uniformados, sino­ de los ciudadanos que son coaccionados en las calles de la Ciudad de México. Aunque en muchas ocasiones, para que exista esta corrupción debe haber quien ofrezca, pida o dé. Se trata de un 50 y 50 por ciento.

En la institución también hay demonios que vuelan, son los policías que aparecen en la nómina, pero son fantasmas en los ser­vicios. Registran su asistencia en las fatigas (listas), y el arreglo consiste en que los jefes se quedan con los sueldos de cada quince­na mientras los uniformados gozan de las prestaciones laborales, seguro, aguinaldo y más. Son aviadores.

Hay agentes que tienen el valor de denunciar todo este sistema corrupto, pero muchas veces son víctimas de hostigamiento laboral y destitución por ello. Otros hablan sobre la colusión de mandos con la delincuencia y arreglos para la protección de fechorías; hablan de cómo no sólo se maquilla la incidencia delictiva en las carpetas de investigación, sino describen la tarea (imaginaria) de ciertos agentes encargados de batear delitos afuera de las agencias y así desalentar la denuncia por parte de los ciudadanos.

La violencia de género dentro de las corporaciones policiales es un tema que destapa el acoso, abuso y hostigamiento hacia las mujeres policías. Los bajos instintos de los mandos y algunos compañeros salen a relucir a través de favores sexuales que se les exigen a las mujeres. A cambio obtienen privilegios, ascensos o un trabajo cómodo. Aquellas que se niegan a acceder son castigadas, las mandan a las labores más difíciles, les tocan las jornadas más largas. De esa manera las presionan, para hacerles saber que ésa es la regla para tener un mejor ambiente laboral. Si denuncian son fustigadas y cambiadas de servicio a los lugares más lejanos de la cdmx, donde los traslados son largos, pues la mayoría de ellas vive en el Estado de México.

Otro problema al que se enfrentan las mujeres policía es que al embarazarse los mismos jefes que antes las acosaban toman revan­cha por no acceder a sus apetitos sexuales, entonces son enviadas a los peores servicios y luego arrestadas. Es decir, sobreviven en una institución con una cultura machista que las tiene sometidas.

En la policía no sólo hay demonios, también existen los héroes azules que relatan cómo han enfrentado a la delincuencia, sacan­do a violadores y secuestradores de las calles; y sobre ciertos rescates de víctimas y más. Algunos han sido condecorados. Otros no. También hablan de sus temores, de cómo corren el mismo peligro que el resto de los capitalinos al momento de despojarse del uniforme, la placa y estar de civil. Son víctimas de homicidios, de la delincuencia, de odios y venganzas. De igual forma existen casos de depresión y an­siedad que padecen algunos policías por sus labores en la ssc cdmx.

Policía CDMX. Héroes y demonios no sólo es una obra que retrata­ la vida de los uniformados, también recaba los testimonios de per­sonas que fueron víctimas de la fabricación de delitos por parte de algunos agentes. Chivos expiatorios que tuvieron la mala fortuna de encontrarse en la hora y el lugar inadecuados. Algunos lograron ser absueltos. Otros aún purgan condenas a pesar de las pruebas que demostraban su inocencia. Los policías perpetradores gozan de impunidad y andan en la calle en busca de más víctimas. Algunos oficiales que se oponen a esta fechoría cuentan cómo los mandos ordenan cuadrar los delitos, y explican el modus operandi de la SSC CDMX, coludida con ministerios públicos y a veces con delincuentes­. Así encarcelan inocentes justificando el combate a la delincuencia o los extorsionan con amenazas. Pero también hay policías que son víctimas del mismo sistema y están encarcelados de manera injusta, y la institución lo muestra como una supuesta limpia de malos elementos.

El Señor Equis (un policía al que por motivos de seguridad he llamado así) nos lleva a través de un recorrido a bordo de su patrulla por la región tenebrosa de una de las colonias más peligrosas de la capital del país, la Desarrollo Urbano Quetzalcóatl, en Iztapalapa. Él narra cómo los homicidios, asaltos y violencia son el escenario que se muestra todos los días en este territorio siniestro. Esta colo­nia fue el primer lugar donde ingresó la Guardia Nacional (GN) a la CDMX. La jefa de gobierno Claudia Sheinbaum dio la bienvenida a este organismo con bombo y platillo en su primer recorrido por este territorio. Sin embargo, a la fecha nada ha cambiado y la inseguridad prevalece ahí.

Los ciudadanos también relatan el temor que sienten al ser víc­timas de la delincuencia y violencia, de ver cómo se ha naturalizado en algunos puntos de la capital y lo que piensan de la policía. No es para menos, más de 8 mil homicidios dolosos (5 mil por arma de fuego) se han registrado en la Ciudad de México entre 2012 y febrero de 2020.

San Bartolo Ameyalco, un pueblo ubicado al poniente de la cdmx, es un ejemplo de cómo el gobierno capitalino y la ssc tomaron revan­cha tras el conflicto por el agua de su manantial el 21 de mayo de 2014. Los pobladores se mostraron aguerridos y enfrentaron a la policía durante horas. Desde esa fecha el poblado sufrió el aban­dono de la seguridad pública —rara vez se les ve en la zona— y quedó al acecho del crimen organizado y desde entonces se disparó la delincuencia.

Esta obra revela sólo un fragmento de los claroscuros que im­peran en la policía de la Ciudad de México. Bienvenidas y bienvenidos a la tierra de héroes y demonios.

Sueño profundo

Arropado con el manto oscuro de la noche, apenas percibe el sonido de las sirenas de ambulancias y patrullas. Semiincons­ciente dentro de un cuarto de menos de cinco metros cuadrados, permanece recostado sobre el piso frío de cemento. De pronto suena un fuerte golpe, la puerta de metal es forzada. Sus ojos agonizantes a medio abrir notan cómo en segundos un tipo ingresa corriendo, se dirige a la cuna de su bebé para tomarla entre brazos y alejarse de inmediato. Otro sujeto que lo acom­paña se acerca a él para tomarlo de las manos y lo saca arrastran­do. Afuera los paramédicos lo cargan en una camilla y lo suben a la ambulancia. Enseguida todo se torna negro. Pierde el co­nocimiento.

Ha pasado un día, es de mañana y Roberto Partida Flores despierta­ en una cama de hospital. Ofuscado mira a su alrededor. Voltea hacia un lado, ve su mano derecha canalizada con sueros y medicamentos. Intenta mover las piernas. Es inútil. No responden. Se desespera pero enseguida escucha una cálida voz que intenta reconfortarlo. Es su hermano mayor.

—Tranquilo, cálmate. Aquí estoy —le dice José Ignacio.

—Trini y lo niños, ¿cómo están? —le pregunta, porque a su

mente viene el sueño que tuvo tres noches atrás.

—Aquí afuera hay una patrulla de tu corporación, algunos compañeros, gente del área administrativa y una trabajadora social que te viene a apoyar.

Al escuchar la respuesta el panorama de Roberto cambia. Sus pensamientos lo remiten a su experiencia de labores administrativas. Sabe que las trabajadoras sociales no acuden por un accidente, van a menos que haya una defunción.

—Dime la verdad. ¿Qué sucede? —le exige con un tono alterado.

José calla. No dice nada. En ese momento interviene una doc­tora y le infiltra un sedante. “Tu familia está muy delicada, muy grave. Tienes que tener mucha paciencia porque no sabemos qué va a pasar”, le dice y enseguida se marcha.

Insatisfecho por la explicación, observa a su hermano a la cara por unos segundos. Nacho no es capaz de sostenerle la mirada y se suelta en llanto.

—Trini murió a las cinco de la tarde, el niño a las nueve y la bebé a la media noche —le cuenta con lágrimas en los ojos.

La noticia es desgarradora, más fuerte que las dolencias físicas. En ese momento Roberto Partida siente que su cerebro se infla, como si lo rellenaran con un gas y estuviera a punto de estallar mientras su corazón se comprime.

—¡Déjenme salir, sáquenme de este hospital! Quiero estar con ellos —suplica desesperado al no poder ponerse en pie para caminar, porque de la cintura para abajo no siente nada.

Enseguida el calmante surte efecto, cae en un sueño profundo hasta el otro día que llega la familia de su esposa. Por fortuna su suegra tiene un amigo médico en ese hospital. El doctor consigue que lo asistan para darlo de alta y trasladarlo en una ambulancia sin tener que pasar a declarar al Ministerio Público para hablar sobre la tragedia.

Tres cofres

Tan pronto lo bajan de la ambulancia en silla de ruedas, observa el zaguán de la casa abierto. Hay personas adentro que le son fami­liares. Rostros de sus amigos, consanguíneos, vecinos y conoci­dos se muestran lúgubres, taciturnos. Al momento que entra su cara se descompone al mirar los tres ataúdes, el de su esposa, el de su pe­queño y su nena. No lo puede creer. Afligido, explota en llanto.

Es perturbador concebir que días atrás recién tocó los dulces y húmedos labios de su mujer, a sus pequeños los bañó en besos mientras reían pero ahora están inertes. Se estremece y grita de dolor. Un dolor que le carcome el cuerpo y el alma. Alterado, sus familiares lo llevan a una habitación para infiltrarle un calmante.

Horas más tarde acuden compañeros de su trabajo, agentes de varias corporaciones policiales para darle las condolencias —con algunas dádivas—, y su jefe, el director de la Unidad de Protección Ciudadana (upc) de Iztacalco. Es un hombre fuerte y alto, de 70 años de edad que antes fue militar. Estoico abraza a Partida Flores y enseguida llora despedazado. Deshecho como su subalterno. Luego llega un contador de la Policía Bancaria e Industrial (pbi) y le entrega un cheque.

—Es para cubrir los gastos del sepelio —le dice al momento que estira la mano con el papel.

—No, muchas gracias. Ya están cubiertos —dice Partida. —No importa, toma. Está a tu nombre, tú lo cobras y esto te va a servir para cualquier cosa, te lo está dando la pbi. Enseguida entra su tío. Al verlo abatido por la desgracia lo acompaña y trata de alentarlo.

—¡Tienes que tener huevos, cabrón! Miéntale la madre si quieres a Dios, pero te tienes que contestar un par de preguntas. ¿Porque tú y para qué? ¿Por qué te quedaste y para qué te quedaste?

En ese momento, Roberto intenta responderse aquellos cues­tionamientos. No sabe por qué salvó su vida, debía estar muerto con su familia. Es evidente que todavía no le toca y Dios le tiene destinado algo más. Aun así lo maldice. Llora porque le ha man­dado los peores madrazos en su existencia. Madrazos muy fuertes de los que no sabe si se podrá levantar.

El Señor Equis y la tenebrosa región

A nuestro paso por una angosta calle de un marginado territorio iztapalapense, la dulzura del rostro del par de niñas al interrumpir su juego a la puerta de su casa lo deja estupefacto. Las pequeñas de entre seis y ocho años de edad, arropadas con sus vestidos floreados, calcetas y blusas blancas de manga larga, ondean su mano de derecha a izquierda para saludarlo. Él les corresponde con una sonrisa, mientras toma el volante de la patrulla y escucha la radiofrecuencia policial.

La conmovedora acción contrasta con las dantescas escenas relatadas durante la excursión, iniciada una hora atrás, cuando abordé el vehículo del Señor Equis.

Este medio día de octubre de 2019 este policía preventivo, a quien llamaré Señor Equis, es mi guía. Me conduce por las zonas más desventuradas. Nada turísticas. Áreas donde los crímenes for­man parte de la escenografía que se monta todos los días, a todas horas, con la complicidad del sol y la noche. Aquí, en la colonia Desarrollo Urbano Quetzalcóatl (DUQ), como en muchas otras zo­nas de la Ciudad de México, el crimen no para. No tiene horarios.

En la DUQ, que quizá debería llamarse Villa —pues la mayoría de los nombres de sus calles están antecedidos por ese vocablo—, se ha suscitado un sinfín de hechos violentos: asesinatos, balaceras, asaltos, violaciones, ejecuciones, secuestros, feminicidios, trata… La mera mata de los puntos rojos. El infierno de Dante.

Tan sólo a unas cuadras de donde circulamos en la Jeep verde, cuatro meses atrás, un par de sujetos a bordo su motoneta dispararon en más de 25 ocasiones contra varios jóvenes que consumían be­bidas alcohólicas en la banqueta de la calle Villa Feliche. El saldo: un muerto y dos heridos. En una de las avenidas cercanas, una mujer fue ejecutada días atrás a bordo de un camión de transporte público de la ruta 37; un hombre subió al vehículo y sin mediar palabra le disparó.

No es la única fémina asesinada. El 7 de febrero de 2019 Blanca Isela, de 32 años de edad fue ultimada a balazos alrededor de las cuatro de la tarde, en el cruce de Zoque y Zapotecas; dos meses después se registró el homicidio de Arely, una adulta mayor de 65 años de edad, su cuerpo se encontró dentro de su casa, semidesnudo, ensangrentado y con golpes visibles, acompañado de un mensaje: “Esta es por meterme a la cárcel y correrme”, y así la lista de vio­ lencia continúa. Meses más tarde, me enteré, mientras redactaba este capítulo, que el 12 de enero de 2020 hubo más ejecuciones en una marisquería de la calle V. General Mitre. Un homicidio doloso más que se agregó a la lista de los 8 mil 135 (5 mil 209 por arma de fuego) registrados en la capital del país del 1º de enero de 2012 al 29 de febrero de 2020, según datos de la Fiscalía General de Justicia (fgj) cdmx, obtenidos por Transparencia. Éste es uno de los barrios más peligrosos, incluso más que Tepito.

Por ese motivo, el ingreso oficial de la Guardia Nacional (GN) a la CDMX se dio en esta colonia. La mañana del 4 de julio de 2019 la jefa de gobierno Claudia Sheinbaum Pardo acudió a presenciar el inicio de operaciones del cuerpo de seguridad, acompañada del coronel David Ramírez Piñón. Se desplegaron 450 elementos en toda Iztapalapa y en especial en la DUQ para combatir a la delin­cuencia. Aunque eso no parece haber cambiado en nada a esta siniestra región.

Encuentro previo

La fecha para adentrarme en la tenebrosa región la acordamos cerca de dos meses atrás, cuando por segunda ocasión vi al Señor Equis en la cafetería El Jarocho, ubicada en la alcaldía Coyoacán. Nuestros labios sorbían un apetitoso chocolate caliente para acompañar la charla, llena de relatos, narraciones e historias du­rante sus 15 años de labores de seguridad en la ssc cdmx. Las llamadas telefónicas con anterioridad y un encuentro previo gene­raron un inusitado lazo de entendimiento, pues la reunión se tornó más parecida a la de un par de amigos saludándose de abrazo y tomando una bebida para platicar, que una tiesa y deshidratada entrevista.

Apenas nos sentamos, me cuenta que durante la semana acudió a un curso sobre derechos humanos; que el nuevo jefe de su sector, en Iztapalapa, llegó a realizar limpieza de mandos y ele­mentos policiacos involucrados con la delincuencia y grupos del crimen organizado que operaban en la demarcación; también habló sobre la detención de varios delincuentes; sobre hechos lamentables que lo conmocionaron, como la muerte de bebés, de un niño atacado por un perro y de estudiantes universitarios acci­dentados; platicó también sobre su niñez, lo que significaba ser policía y cómo portar el uniforme era equivalente a ser agredido y discriminado.

Entre los relatos más presentes en sus recuerdos se alojaban la persecución y detención de un tipo que asaltó una empresa de huevos. Al subirlo a la patrulla el sujeto les ofreció dinero a él y a su compañero:

—Tengo 50 mil pesos a la voz. Échame la mano, déjame ir. —¡No, cómo crees! —le respondió Equis y lo presentó en el mp. Tres días después, al acudir con su compañero a un Oxxo, se topó con una sorpresa. El mismo tipo estaba libre, sólo que sin barba y con un aspecto diferente. Al salir los saludó.

—¿Qué pasó? —les dijo al momento que levantó ambas manos, estirándolas y alzando el cuello. Se pavoneaba de haberse librado de las rejas.

—¿Qué? ¿Ya la libraste? —preguntó Equis.

—Sí, hasta más barato. Me salió como en 25 mil.

—¡Órale! Nosotros no te podíamos dejar ir porque hiciste un relajo —le respondieron. Enseguida, el tipo se marchó sabiéndose impune y que podría seguir delinquiendo, siempre y cuando estuviera arropado por las redes de corrupción, que si no se compran con la policía capitalina, sí con los jueces y agentes del MP.

Ésa no fue la única historia en la que Equis lamentaba realizar bien su trabajo y que las autoridades lo desecharan, como excre­mento por el drenaje. La más memorable y desesperanzadora la representaba el encuentro con el Chistoso, el terror de los vecinos de la Desarrollo Urbano Quetzalcóatl.

El Chistoso

Al escuchar una detonación su instinto de supervivencia se acti­va. La frecuencia cardiaca aumenta y sus pupilas se dilatan. En tanto, sus pulmones son capaces de retener más aire, mientras los flujos sanguíneos se dirigen hacia los músculos de los brazos y pier­nas que lo hacen correr con un destino incierto. Busca proteger­ se. Que la muerte no lo alcance. De nuevo un disparo, uno más. Otro. Puede que sean cuatro o cinco. Pierde la cuenta. El arma que le apunta tal vez es una 9 mm o una calibre .22, las más usadas pa­ra asesinar chilangos. No mira hacia atrás para averiguarlo, sólo acelera el paso. No quiere ser una cifra más en el registro de los 126 mil 731 homicidios dolosos en todo el país, de 2015 al 31 de marzo de 2020 de acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sis­ tema Nacional de Seguridad Pública (sesnsp). Mucho menos formar parte de la lista de ejecuciones de quien lo acecha: el Chistoso.

La fortuna está de su lado, las balas que lo persiguen no dan con él. Le hablan sólo al oído y le susurran que en otro momento se encontrarán. En el menos esperado. A una distancia de alrededor de 10 metros Josué Parra Díaz, alias el Chistoso, intenta seguirlo. Es inútil. El tipo de tenis blancos con negro, tipo Jordan, sudadera gris y jeans azules es más rápido. Se escabulle y la ejecución es fallida. el Chistoso guarda de nuevo su arma y al llegar su cómplice, el Duende, en una motocicleta de pista verde, huyen a toda velocidad en sentido contrario de la víctima que se les esfumó. Esta tarde no hay a quién tachar de la lista. Quienes no escaparon de su puntería fueron otros más, que aparecían en la nómina.

Ámbar tuvo la desdicha de toparse con él. Como recuerdo de aquel encuentro le incrustó una bala en la pantorrilla. Ese infortunado cruce ocurrió la noche del 9 de enero de 2017, cuando la adolescente de apenas 14 años de edad, en compañía de una amiga, acudió a la tienda de abarrotes a la vuelta de su casa —según contó en una nota publicada la reportera Lydiette Carrión—. En ese lugar hallaron a un par de jóvenes que conocieron días atrás. Les ofrecieron darles un aventón en sus motocicletas. Ellas aceptaron pero fue una mala decisión. Apenas recorrieron unos metros otra moto se les emparejó, eran el Chistoso y su cómplice, los perseguían para ajustar cuentas. Ellas desconocían los conflictos y disputas de ambos, pero tuvieron la desdicha de salir a la calle en el momento menos adecuado.

Durante la persecución, quizá por el miedo, Ámbar se aventó de la motocicleta a pesar de ir a alta velocidad, pero el joven de 17 años de edad que la acompañaba no la abandonó y dio la vuelta para ver si se encontraba bien. Aunque resultó una desafortunada osadía. Ése fue su último aliento, ya que sus cazadores le dieron alcance y lo ejecutaron a tiros. Ámbar, confundida por el golpe en el piso, alcanzó a ver cómo se desvaneció el cuerpo de su acompañante y los hilos de sangre que impregnaban el pavimento. Enseguida, el Chistoso y su secuaz se dirigieron hacia ella, le asestaron un tiro para amedrentarla y se retiraron.

Ése fue el primer asesinato de este maleante del que tuvo registro la Fiscalía de Homicidios de la entonces Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México (PGJ CDMX).

Josué Parra Díaz no superaba los 25 años de edad cuando ya destacaba por ser un asesino a sueldo. No era su único jale. Se dedicaba al robo con violencia, cobro de derecho de piso, robo de vehículos. Un milusos en el crimen. En el barrio de la DUQ se con­virtió en el terror de los vecinos. Para cuando la Fiscalía comenzó a seguirle la pista, en su nómina sumaban al menos seis muertes. Algunas pudieron evitarse si las autoridades del mp no lo hubieran liberado en su primera detención, cuando Equis lo encañonó a media avenida para detenerlo.

La detención

Una tarde calurosa de un viernes de mayo, o quizá de junio, de 2017 el Señor Equis escuchó en la radio frecuencia: “X5 con X13 [asalto con arma de fuego] frente al reclusorio de Santa Martha”. No se imaginó que uno de los maleantes —que más tarde sería uno de los multihomicidas más buscado— fuera el Chistoso. Al oír el reporte del transeúnte al que despojaron de alrededor de 8 mil pesos y un teléfono celular, decidió salir en búsqueda de los asaltantes que se encontraban cerca de la zona y ubicados por las cámaras del C2. Viajaban a bordo de una motocicleta de pista sobre la avenida Ermita Iztapalapa, en la colonia Santa Martha, con dirección al metro Constitución de 1917. De pronto dieron una vuelta a la altura de Santa Cruz Meyehualco —otra de las colonias con mayor incidencia delictiva—, y de nuevo a Santa Martha.

Equis optó por detener el tránsito en un semáforo en tanto los asaltantes trataban de escabullirse entre los vehículos parados. Sin embargo, el agente desenfundó su arma, se paró frente a ellos y los encañonó con la mira en sus rostros. Los tipos no tuvieron más opción que detenerse.

—¡Ni que estuvieras deteniendo al delincuentazo! —le espetó el Chistoso, al momento que alzó los brazos en señal de rendición. Enseguida fueron sometidos, esposados y los subieron a la patrulla para remitirlos al MP.

En el camino, el sujeto conocido por infundir terror en la colonia les aseguró a los policías que no pisaría la cárcel. No le prestaron mayor atención.

De aquel episodio apenas transcurrirían poco más de tres días, cuando al agente capitalino le dieron la orden de realizar visitas domiciliarias en la Desarrollo Urbano Quetzalcóatl. Ahí un hom­bre le preguntó sobre el hecho, pues la noticia de la detención se propagó por la zona.

—¿Oye, que agarraron al Chistoso y su secuaz?

—Sí, yo los agarré —dijo Equis.

—A ellos los andaban buscando y no los habían podido de­tener —contó el hombre parado afuera de la puerta de su casa.

—No, si yo los agarré —aseguró el policía con orgullo. —Pues que ya salieron. A mí me mataron a dos de mis hijos a balazos hace poco tiempo.

Por un momento el Señor Equis se mantuvo incrédulo. No dijo más. Finalizó la visita y abordó la patrulla. A la vuelta confirmó lo dicho por el padre de las víctimas; en un taller de motocicletas estaban el Chistoso y su cómplice el Duende, disfrutando de la libertad y cotorreando con la banda del barrio.

—¡Ya ves, te dije que iba a salir! —le gritó, al reconocer al agente que lo detuvo, y al mismo tiempo lo saludó en señal de mofa, alardeando y gozando de la impunidad que una vez más imperaba.