Main logo

¿Cómo fue la cuarentena por la influenza AH1N1 en 2009?

Así se vivió la contingencia en la CDMX por la epidemia de influenza A-H1N1 cuando un cubrebocas envolvió a la ciudad; el 18 de marzo de ese año, el primer caso

Escrito en NACIÓN el

Era el día dos de la influenza porcina. El día uno ni me enteré. Pero ese viernes 24 de abril, a las siete de la mañana, me llamó la atención ver las escuelas vacías con el letrero de “por orden de último momento la Secretaría de Educación Pública y la Secretaría de Salud, bla, bla, bla”. Luego quedé en shock al subir al microbús y ver algunos pasajeros con cubrebocas ¿Tan mal están las cosas? Pensé que quizás sólo era la histeria colectiva de unos cuantos; y que nosotros, los más confiados, los que no usábamos tapabocas, era porque no éramos parte de esa histeria. Nosotros éramos los sanos.


Por la tarde fui con unos amigos a una cantina tradicional para comer tacos al pastor y cerveza… Todos teníamos antojo de eso; pero cuando el mesero llego para tomar la orden alguien preguntó “¿Tiene tacos al pastor sin influenza?” No pude unirme al chiste porque en ese momento sólo sabíamos que la influenza era porcina; pero aún no se sabía si la carne de puerco era foco de contagio. Así que con todo mi pesar, suplí los tacos al pastor por quesadillas con queso.

En la calle puse atención a las gentes que cruzaban; las que traían tapaboca lo llevaban al cuello: eso me serenó. Si varios usaban el cubrebocas de adorno, significaba que no era tan grave el asunto. Entonces yo no estaba yo tan mal. Tantos no podíamos estar mal.

El fin de semana no salí de casa; lo hice con toda la precaución de no salir a contagiarme: las autoridades habían pedido evitar lugares públicos ¿No? Así que me sentí más segura en casa, limpia y sin contagio. Pero me enojé al ver en la portada de algunos diarios: “Epidemia”, “Pandemia”, “Emergencia Sanitaria”, “Encierro total”, “Contagio”, y además números de muertos, contagiados, de estados ¿A quién le creo? ¿Todos ellos dicen la verdad? Tengo dudas, desconfío de todo lo que dicen… pero ¿Y si sí?

El lunes 27 el solo hecho de ingresar al metro me hizo sentir loca. Ahora yo era de las poquísimas sin tapaboca. Los demás ni se inmutaron ante nuestra decisión; sólo nos miraban con cara de “lero, lero…” Ganas de contener la respiración al entrar al túnel, reflexionar sobre mi error de permanecer sin protección en un lugar cerrado, sin ventilas, sólo aire acondicionado. Recordé muchas veces las escenas de la película “Epidemia”. ¿Pensaban los demás lo mismo que yo?

La psicología pudo más. Termine por conseguir un tapabocas para concluir mi recorrido, pero odie el sudor que te provoca en los labios, el no poder respirar con libertad, el reciclar bajo el cubrebocas tu propio aire que está caliente en plena tarde a 29 grados. Así fue como me enteré que las clases escolares se suspendían hasta el 6 de mayo igual que los cines, museos, bares, cantinas, billares y demás. Y no me sirvió de consuelo pensar que estaba cuidando mi salud. Al contrario, me molestó ser obediente a las indicaciones de las autoridades. La tarde estaba preciosa, el aire era fresco. Hubiera sido preferible quitarse el tapabocas y sentir el aire en la cara, pero no.

El martes de plano preferí manejar. Así no me expondría a la influenza ni en el metro, ni a los microbuses, ni nada. En el auto sólo estaba yo ¿Quién podría contagiarme de nada? Eché el tapabocas en la bolsa y decidí ponérmelo hasta llegar al trabajo ¿Cómo que los restaurantes estarán cerrados? ¿Y entonces qué hago? ¿Compro mi comida y me siento a masticar en la Alameda? ¿O me voy a la cocina de la oficina con 15 gentes más? ¿Pues no que hay que evitar lugares públicos? No entiendo.

Por la tarde visité brevemente a una amiga que trabaja cerca. El tema de plática fue uno, el “puercovirus”; en menos de cinco minutos echó desinfectante en spray al mouse y teclado de su computadora. Quería tener la certeza de que nadie había usado su máquina. “Imagínate que hayan dejado el sudor de sus manos aquí ¡O que hayan tosido! Mejor me prevengo”. Después otra amiga me confió por teléfono “¿Y con esto del virus puedo besar a Miguel? ¿Y si queremos tener sexo qué? ¿Nos ponemos guantes, cubrebocas y condón? Esto está cañón”.

El miércoles 29 entramos a fase de alerta cinco de la Organización Mundial de la Salud. Ya estaban cerrados los restaurantes; pero a mí y a otros más nos dio flojera salir a comprar comida por el hecho de no tener dónde sentarnos a comer. Incluso alguien sugirió comprar en la tienda galletas y refrescos de lata porque era garantía de comida limpia, sin ningún tipo de virus. Preferí regresar a comer a casa. Entre las condiciones y la angustia colectiva, preferible estar sola y leer o ver “Youtube”; sin noticieros, sin información, sin saber con qué nueva medida restrictiva amanecería la ciudad al día siguiente.

Porque las autoridades, los medios de comunicación y el internet hablaban mucho del virus de la influenza: que si la gripa, la influenza atípica, que si del cerdo, que el cerdo siempre no, que sí era influenza humana. Que muchos muertos, que miles de contagiados, pero que no sabían exactamente de qué virus. Pero ¿Qué debíamos hacer los demás con nuestra histeria? ¿Qué autoridad nos iba a decir qué hacer con el miedo, dónde ponerlo, dónde esconderlo? ¿Qué hacer con la angustia y con el encierro? Y esa era una responsabilidad, que también debieron tener todas las autoridades y los medios de comunicación.

(Miguel Angel Yunes, exdirector general del ISSSTE; José Ángel Cordova Villalobos, exsecretario de Salud y Daniel Karam Toumeh, exdirector general del IMSS)

 

En aquella ocasión, nadie sabía lo que vendría en las siguientes semanas. Durante esa última semana de abril, la OMS contabilizó un promedio de 150 muertos y menos de 500 pacientes por AH1N1 hospitalizados. El presidente Calderón sacó a los soldados a las calles a repartir millones de cubrebocas. Las escuelas cerraron, los eventos públicos (conciertos, partidos de futbol) fueron cancelados por poco más de dos semanas; la Catedral oficio misa radiofónica; y la economía del entonces Distrito Federal se vio severamente afectada con el cierre de casi tres mil restaurantes y discotecas, o una sanción de clausura en caso de negarse. Al final de aquella etapa se contabilizaron un promedio de 70 mil casos confirmados y más de mil muertos.

La Secretaría de Hacienda (a cargo de Agustín Carstens) prorrogó el pago de impuestos un par de meses y el PIB cayó 10.3 por ciento a tasa anual durante el segundo trimestre de ese año en un escenario de recesión económica que había comenzado a finales de 2008. Y en la primera quincena de mayo fueron anunciados apoyos a los negocios afectados por un promedio de 14 mil millones de pesos, con el fin de reactivar la economía. Considerando que aquel año fue de elecciones intermedias, el entonces Instituto Federal Electoral recomendó a los candidatos a jefes delegacionales, diputados locales y federales, evitar los actos masivos durante sus campañas políticas, hecho que -naturalmente- no sucedió.

El 18 de marzo de 2009 se notificó el primer caso detectado con influenza H1N1 en México

(diego joaquín)