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Estamos más contaminados que el virus ese: barrenderos de la CDMX

Aumenta basura en las calles de la CDMX pues los capitalinos evitan darla a barrenderos por la "sana distancia"

Escrito en METRÓPOLI el

Literal, los capitalinos dejaron de entregar su basura al barrendero o al camión, como una medida para protegerse del coronavirus. Barrenderos y personal de limpieza notaron este cambio desde el lunes, cuando terminaron de trabajar dos o tres horas antes de lo habitual. “Ha bajado ya notoriamente a partir de este lunes que fue cuando mandaron a descansar a gente de sus trabajos” asegura Emanuel Romero a LA SILLA ROTA, mientras deposita en un camión la basura que hoy recolectó con su carrito a lo largo de su ruta.

“No salen, no sé si sea por miedo o porque realmente quieran estar en la cuarentena, pero sí ha bajado notoriamente, casi un 25 o 30 por ciento de lo que hacemos diario”. 

Probablemente este es un dato que no contempló ni la Jefa de Gobierno en CDMX, Claudia Sheinbaum; ni ninguna autoridad sanitaria. Pero es real. Durante sus pláticas, los barrenderos concluyen que las familias no coleccionan basura en sus casas; sino que salen a tirarla por la noche -ya sea a la calle o a una esquina-, como una manera segura de mantener la sana distancia. Y de alguna manera, durante esta fase dos del covid-19, ellos agradecen que sea así.

El sector de limpia es un área mayormente masculina, sin importar la edad de sus integrantes. Por eso no es difícil encontrar al mediodía un grupo de barrenderos que descansa en el patio de la oficina que corresponde a su sector. Vaso de cerveza en mano, platican, discuten, intercambian ideas; pero no sobre la pandemia, sino sobre la cotidianidad. Ninguno de ellos accede a una entrevista, solo comentan brevemente que recibieron ya algunos insumos como cubrebocas y gel antibacterial. Pero ni remotamente se encuentran preocupados; y la razón -comenta uno de ellos en corto-, es que son “bien resistente porque el coronavirus les hace lo que el viento a Juárez”. 

Parece una broma, pero no lo es. Y Mario Ferrer -barrendero voluntario de 53 años de edad- quien va llegando al lugar agrega a esa respuesta. “Para ser mexicano no me da miedo enfermarme ¡Nosotros estamos más contaminados que el pobre virus ese! ¡Yo creo que ese se nos arrima a nosotros y se echa a correr!”, cuenta a carcajadas y sus compañeros lo secundan.

“¿Qué más nos puede hacer si trabajamos en esto?”, dice en referencia a todo tipo de bacterias e infecciones con las que han trabajado durante años de contacto directo con la basura. “Me cuido con lo que se puede, como el gel que se echa uno cuando sale de la casa y regresa a la casa; pero aquí es imposible estarse lavando”.

Su pensamiento es colectivo y aunque uno quisiera pensar que es la excepción, es lo contrario. Entre barrenderos fue la regla durante la fase uno del covid-19 (ya concluida); y la fase dos a la que recién entramos. Edmundo Reyes, otro barrendero voluntario, así lo confirma. “¿Contagio? ¡De todos modos nos tenemos que morir de algo! ¡Hay que salir a trabajar! Apenas nos dijeron que hay que cuidarnos con gel, agua, clarasol, tapabocas. Acá no nos han proporcionado nada. Me lavo las manos y cara tres o cuatro veces al día, llevamos agua con jabón solo que luego se nos acaba”.

 

No solo el Presidente…

Omar también se cuida como el Presidente de la República. Solo que en lugar de llevar en su cartera “el escudo protector del Corazón de Jesús”, como López Obrador mostró recién, cuelga de su cuello un escapulario con la imagen de San Judas Tadeo y la Virgen de Guadalupe; además, claro, de sus guantes de carnaza y botella de gel antibacterial que compró y que se ha acabado ya.

“Ora sí que yo nada más uso los guantes, mi botellita de gel y lo que Dios nos diga. Sí me da miedo enfermarme, pero estamos a la decisión de Dios; primeramente él, salimos bien”. LSR le pregunta concretamente sobre su escapulario; directo y sin rodeos, responde que son sus protectores, como los del Presidente. Y él confía en eso. “Tengo quince años de barrendero, empiezo desde las seis de la mañana. Me lavo las manos cada hora en baños públicos o negocios donde nos dan permiso”. 

 

Juan Limón tiene 60 años y también barre las calles. Gana casi tres mil pesos a la quincena y esa es la razón por la que no dejará de salir a trabajar: por vivir al día. Al igual que sus compañeros, saca partido al hecho de no tener que tocar la basura porque la gente también suele lanzarla desde sus automóviles.

-¿Y sus guantes?

-Nomás que den.

-¿Cubrebocas?

-Igual, pero no duran más de dos horas.

-¿Solo se lava las manos?

-Sí -y saca de su carrito una botella de cloro rebajada con agua para lavarse las manos en doce segundos cronometrados-.

-¿Cuántas veces al día se lava las manos?

-Dos, antes de empezar a trabajar y al final.

-¿Y sí hace los veinte segundos que deben ser?

-Un poco más, un poco menos -y bromea diciendo que a veces se queda dormido mientras se lava-.

-¿Le da miedo enfermarse?

-No, a quien le toca la enfermedad…. -y guarda silencio-. Ora que nosotros solo seguimos trabajando. Desde que estoy enfermo del corazón no me enfermo seguido; no tengo gripa, no tengo calentura, un dolorcito de estómago y ya. Diarrea tantito también. Nos dijeron que el que tenga una gripa o resfriado se vayan al doctor, una receta y que se vayan 20 días a descansar, porque sí nos están dando chance de faltar


Ángeles Vera, la única mujer que LSR encontró en uno de estos campamentos de limpieza, fue la única barrendera equipada por completo con el kit de salud que armó y lleva en la parte trasera de su carrito.

“Tengo gel antibacterial, lo ocupo de dos a tres veces; traigo guantes y cubrebocas. No puedo estarme lavando a cada rato las manos porque en este trabajo no se puede. El cubrebocas lo uso nada más en el momento que trabajo, llego a la casa y lo desecho: uno por día porque no hay cubrebocas en ninguna farmacia y además están costando muy caros ¡La gente se está encajando con los cubrebocas! Los guantes los ocupo durante un mes y los lavo cada semana porque es imposible lavarlos diario porque no se secan”.

Antes era secretaria, relata, pero cambió de oficio “porque me gusta más lo rudo”, reconoce. Y precisa que si bien sus jefes les dieron ya algunas cosas, ellos terminan por volver a comprarlas cuanto se acaban “porque no dura todo por los residuos de la comida que manejamos”, señala.

No obstante, confía en tener suficientes cubrebocas porque su consuegro es quien se los regala. “La verdad no me da miedo enfermarme porque la confianza está en Dios, antes que todo dependo de él. Pero procuro no tocarme la cara”.

Como medida precautoria, algunos barrenderos señalaron que esta mañana recibieron instrucción de sus jefes para no abrir ninguna bolsa de basura que reciban. No deben romperla porque no saben si ahí va la basura de algún enfermo en casa con coronavirus; se queda cerrada y así se entrega al camión. Si bien también hubo quien dijo no haber recibido todavía esa instrucción, cabe recordar que las bolsas de plástico fueron sacadas del mercado desde enero por disposición oficial y buena parte de los capitalinos entrega ya su basura, directamente, de un bote.

“Yako” está contento


No solo porque siendo perro, no puede ser víctima del covid-19. Sino porque al escuchar la campana del camión de la basura, sale al encuentro del camión de “Don Chavita” y sus jóvenes colaboradores, quienes dan de comer al animal enfermo, y de la calle. Es él quien se alimenta de los desperdicios que la gente tira.

 

“Pues usamos nuestros guantes para no tocar la basura”, cuenta uno de los chicos mientras aplasta la basura con sus pies, “sobre todo para no tocar aquella basura que llega caldosa, mojada, pero mire”, y muestra a LSR los dedos pulgar e índice de su guante derecho, “los hoyos no ayudan”, lamenta.

Mientras tanto, con o sin coronavirus, todos suelen proteger su cuerpo del sol, infecciones y bacterias, con capuchas, sudaderas, gorras y pantalón, dejando solo expuesto algunas partes del rostro. Pero a ellos parece no importarles mucho la pandemia mundial porque alguien les ha pagado 50 pesos por llevarse unas viejas láminas; y uno de los jóvenes, quien recibe el billete, se lo lleva a los labios para no extraviarlo mientras vacía algunos botes de basura en el camión.

-¿Por qué lo haces si el billete puede venir sucio?, se le pregunta.

Y él, en respuesta, solo sonríe.