Sin duda alguna la guerra es la demostración objetiva más contundente sobre la barbarie humana. Si contásemos los días que la humanidad ha pasado sin conflictos bélicos veríamos que esas jornadas han sido en verdad excepcionales. La paz no es una condición social que caracterice la conducta humana. Ya lo decía Hegel que el conflicto, la lucha, es inherente a la sociedad humana. Desde el punto de vista jurídico podemos afirmar que la guerra es el vehículo más primitivo que se emplea para la resolución de los problemas. El siglo XX y ahora el XXI han dado muestra de ello y la situación debe invitarnos a la reflexión; no solamente desde nuestro núcleo social sino también desde nuestra propia subjetividad.

La guerra no es plana, no es uniforme, sino que tiene una serie de matices barbáricos que tiñen a los eventos de un especial dramatismo. A través de las redes sociales hoy todas y todos somos testigos de los hechos que están ocurriendo en Ucrania. La verdad es que nadie tiene muy claro el por qué de esta guerra. Rusia con todo su arsenal se ha enfrentado a un pueblo ucraniano que defiende su patria desde todos los flancos. La posición de la Unión Europea todavía se muestra titubeante ante el avanzar de las tropas rusas. Porque seamos honestos: Europa siempre le ha temido a Rusia. Basta con abrir cualquier libro de historia del viejo continente para poder constatarlo.

“La guerra queda escrita en el rostro de las mujeres”

La barbarie de esta guerra se ha visto acentuada en la victimización terrible de niñas, niños, personas mayores, migrantes, y mujeres. La posición de estas últimas siempre ha sido dramática de cara a la infinidad de conflictos bélicos en los que se ha sumergido la humanidad. Desde la antigüedad, por ejemplo, se ha demostrado que la máxima humillación que se puede ejecutar en contra del enemigo consiste precisamente en la violación de sus mujeres. Como se dice popularmente en los círculos del feminismo más depurado, “la guerra queda escrita en el rostro de las mujeres”. De acuerdo a diversas fuentes periodísticas, el ejército ruso ha cometido ya violaciones en contra de mujeres bajo el avance de las tropas. No es la primera que vez que la milicia de aquel país actúa de esa manera. Basta recordar los abusos sexuales, violaciones y feminicidios que cometió el Ejercito Rojo a su entrada en Berlín en 1945. La guerra es como una especie de pantano donde lo peor del espíritu humano tiende a florecer. Hay un libro, breve pero muy duro, llamado “una mujer en Berlín”; su autora o autor es desconocido pero narra la situación de las mujeres alemanas a la llegada de las tropas rojas y los abusos a los que fueron sometidas.

En Ucrania ocurre algo semejante. ¿Qué hacer ante un soldado o grupo de soldados que impone la cópula por medio de la violencia física o moral? La víctima se encuentra en un absoluto estado de indefensión. No olvidemos que como ha ocurrido en otros entornos culturales (Guatemala, por ejemplo) la violación va acompañada del asesinato de la víctima. Es decir, el nivel de alternativa que tiene la víctima se encuentra francamente disminuido; prácticamente anulado. Lo que vive hoy en día el pueblo de Ucrania ha cuestionado la efectiva validez del Derecho internacional. Muchos juristas son escépticos acerca de este tema, ya que no existe una verdad facultad coactiva universal para obligar ni sancionar a los Estados infractores. En concreto, en el caso de las violaciones, estamos hablando de crímenes de guerra.

Parece ser que el mundo no aprendió la lección durante la guerra de Bosnia donde literalmente se crearon campos de violación en contra de las mujeres musulmanas de ese país tan lastimado. En realidad, si somos objetivos, no sabemos ni podemos calcular el nivel de sufrimiento al que las mujeres de Ucrania están siendo sometidas. Parece ser que el Derecho internacional no está logrando servir de mucho.

Volviendo a la violación, no olvidemos que la imposición de la cópula no persigue un fin meramente sexual. Es decir: la satisfacción del ánimo lúbrico no es la finalidad del agresor. Lo que en realidad caracteriza a dicha conducta criminal es el “dominio” del agresor por encima de la voluntad del sujeto pasivo. Para el feminismo, la violación es la imposición violenta de la voluntad patriarcal maximizada, y nosotros coincidimos con ello. Ahora volvamos a pensar en esta clase de agresión sexual pero en un contexto de guerra. La conducta criminal, entonces, adquiere un matiz especialmente perverso.

La violación implica la administración de la libertad psico-sexual a cargo de un tercero ajeno a esa esfera de derechos. Si este heteroadministrador, está armado, o actúa en grupo, entonces la conducta se debe agravar en cuanto al castigo. Entendemos la sanción como la respuesta comunicativa que un juzgador emite a través de un reproche por la conducta criminal intencionalmente desplegada.

Aquí lo más importante es preguntarnos ¿qué hará la comunidad internacional? ¿Qué sucede con otros delitos contra las mujeres tales como la trata de seres humanos o el feminicidio? Honestamente pensamos que la respuesta no estará a la altura de las circunstancias. Rusia es demasiado poderosa. Tal vez la única respuesta se encuentre en el deber de solidaridad hacia el pueblo ucraniano. Como siempre ante la guerra hay que reforzar lo mejor del espíritu humano. Hacer patente la vigencia de valores tales como la ayuda mutua, la tolerancia, los derechos humanos, y el amor.