¿Por qué para los hombres es más fácil leer un mapa y las mujeres son mejor para el multitasking? Las respuestas que se han dado radican en estudios científicos que evaluaban las diferencias en cuanto al peso de la mujer y las conexiones neuronales; resultados que no contemplan el contexto.

Pero, ¿la diferencia entre una actitud u otra, es decir leer mapas o hacer multitareas?, es una actitud de nacimiento o adquirida. Si respondemos pensando que a los niños les damos legos y a las mujeres juegos de té ¿podemos tener una respuesta? Parece que sí.

Las científicas Ginna Rippon y Daphna Joel han tratado de dar respuesta a esta pregunta ¿el cerebro tiene sexo? A lo que responde Fernanda Pérez-Gay Juárez:

“Si consideramos que el cerebro está hecho de neuronas, sí podríamos decir que tiene sexo, y está determinado genéticamente por el último par de cromosomas en el ADN celular —XX o XY—. El sexo es una variable biológica, y fuera de algunos desórdenes hormonales, determina la fisiología del cuerpo con que nacemos.

El sistema endócrino producirá distintas hormonas dependiendo del sexo, y estas hormonas determinarán la diferenciación de los aparatos genitales, la masa muscular, la altura y la distribución de grasa y cabello. Siguiendo esta línea, es natural preguntarse si el sexo biológico —y su perfil hormonal— tiene algún efecto en el cerebro”.

¿El cerebro define las actitudes “femeninas” y “masculinas”?

Algunos estudios sobre el cerebro han establecido las diferencias entre hombres y mujeres por el tamaño y peso; variables independientes a las habilidades entre hombres y mujeres.

Al respecto, Daphna Joel justica la idea de un cerebro estrictamente dimórfico, en que se ha tipificado estas características como “masculinas” o “femeninas”. Es un hecho que los cerebros tienen diferencias, pero éstas no determinan las tareas que pueden realizar tanto hombres como mujeres.

Pérez-Gay señala que para interpretar la información que reciben los sentidos, el cerebro debe generar una serie predicciones, influidas por la experiencia previa. El género que se nos asigna al nacer, según nuestro sexo biológico, viene acompañado de una serie de reglas de conducta y aprendizajes sociales que permearán desde muy temprano nuestra forma de ver el mundo.

Antes de que nos demos cuenta, comenzaremos a asociar el azul con lo masculino, y lo rosa con lo femenino. Las ideas de que los cerebros de las mujeres y los hombres son diferentes surgió antes de que se iniciaran investigaciones sobre el sistema nervioso. Sin embargo, se utilizó como justificación para mantener los roles sociales que dejaban las tareas de cuidado a las mujeres y las de la intelectualidad, política y ciencia a los hombres.

Los autores concluyeron, a partir de sus datos, que “el cerebro de los hombres facilita la conexión entre percepción y acción mientras que el de las mujeres facilita la comunicación entre procesamiento analítico e intuitivo”, una interpretación sesgada por el estereotipo hombres-acción / mujeres-intuición.

La visión de Joel es más consistente con la definición actual del género, un constructo social compuesto por características y conductas “femeninas” o “masculinas” que se entiende mejor como un continuo que como una variable binaria, y que no siempre corresponde al sexo biológico. En este y otros temas, los avances más recientes de la neurociencia muestran que nuestras categorizaciones binarias, por útiles que sean, son en realidad una simplificación de la realidad.