Cuando estaba embarazada de mi primera hija, mi pareja y yo dedicamos demasiadas mañanas de los fines de semana a ver series y películas infantiles para, según nosotros, decidir qué cosas “dejaríamos” que viera nuestra hija – a partir de los dos años y nunca más de pocos minutos al día, nos decíamos-. Calificábamos si había balance de género en los personajes principales, que no se reforzaran estereotipos de género, que no fueran racistas o clasistas, que representaran diversidad y un sinfín de elementos para darle a nuestra hija únicamente programas feministas, diversos, educativos y visualmente “bonitos”. En el corte quedaron fuera los clásicos de Disney y Peppa Pig.

Seguro no es necesario decirles que nada de eso funcionó así. La primera vez que mi hija vio la televisión habrá tenido tres meses de nacida y vio Pocoyo, que se lo pusieron las abuelas. Su fiesta de cumpleaños de 3 años fue de Peppa Pig y de grande quiere ser una “pin-se-sa”, como Cenicienta. Seguimos preguntándonos en qué momento se nos torció el plan, pero la verdad es que era un plan destinado al fracaso. Primero, porque uno nunca es tan buen padre o madre como se imagina que lo será y segundo, porque no criamos a nuestros hijes en una burbuja, no podemos controlar todos los mensajes que les llegan y las cosas a las que son expuestas.

Su fiesta de cumpleaños de 3 años fue de Peppa Pig y de grande quiere ser una “pin-se-sa”...

Una no necesita ser madre para darse cuenta que vivimos en un mundo machista. Por favor no vayan a ser de esos de los que dicen que por qué nos quejamos si hemos hecho muchos avances, imagínense que se suben a un taxi y los deja a la mitad del camino, les parecería súper idiota que les dijera “pues ya avanzaste un montón, no sé por qué te quejas, es más págame y dame las gracias”. Entonces empecemos esta conversación con la certeza compartida de que vivimos en un mundo machista, y México no es excepción, al contrario.

Las mujeres mexicanas crecimos escuchando frases al estilo “tu hermano sí puede ir porque es hombre” o “el hombre llega hasta donde la mujer quiere” y doscientas más que van desde las ridículas hasta las francamente violentas. Todos estos mensajes no sólo nos los decían familiares, amigos, profesores; están enraizados y naturalizados en libros, películas, canciones y, por supuesto, en la creación cultural más mexicana: las telenovelas. Estos mensajes que interiorizamos y que vemos representados en las actitudes y gestos de las relaciones humanas a nuestro alrededor son parte de lo que Bandura llama Aprendizaje Social, básicamente lo vemos (o escuchamos, o leemos), lo aprendemos, y lo repetimos

Educar a niños y niñas contrarrestando esta narrativa dominante no es cosa fácil, no sólo por que hay que encontrar referentes culturales que desafíen los estereotipos y el discurso de normalización de la violencia de género, también porque continuamente una debe cuestionar su propio aprendizaje y su propio bagaje psicosocial. Más complicado aún es encontrar el punto adecuado, porque si mi hija quiere ser una princesa, ¿debo decirle que no? ¿Debo esconderle el cuento de la Cenicienta que le regaló la tía, prohibir las faldas con diamantina y regalarle un tractor? No tengo una respuesta, en realidad.

En Suecia, donde llevan años luz implementando la educación preescolar con consciencia de género, se dieron cuenta de que al decirles a las niñas “no seas princesa, mejor astronauta” pero no decirle a los niños “no seas guerrero, mejor enfermero” mantenían un mensaje en el que las características tradicionalmente asociadas con lo masculino (fuerza, valentía, capacidad) eran preferibles a las tradicionalmente asociadas con lo femenino (empatía, sensibilidad) siendo así que se perpetuaban los estereotipos y los niños y niñas seguían pensando que había diferencias entre lo que podían hacer hombres y mujeres, sólo que las mujeres debían luchar por ser como hombres.

Dice mi pareja que es más fácil criar en igualdad a una niña que a un niño, porque ahora socialmente está más aceptado que él le lleve a la niña un juego de construcción para su cumpleaños, y que yo sea una empoderada madre que trabaja-también-fuera de casa. Lo dice también, yo creo, porque él es un padre amoroso e involucrado en la crianza, además de un compañero de vida que comparte la carga de los cuidados de la familiar y el hogar y eso lo ve muy natural.

Y, al final, me parece que esos mensajes son los más importantes: los cotidianos, los cercanos. ¿Qué hacen en el día a día mi padre, mi madre, mis abuelos, tías, profesores; los hombres y mujeres que me enseñan cómo funciona el mundo? Cómo se dividen las funciones sociales, cuál es su lugar en el grupo y a partir, mi hija aprenderá cuál puede el suyo. Espero que la respuesta sea, “el que decida”, mientras tanto, si se quiere vestir de princesa, yo le compraré la corona.