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Zapatero remendón por 50 años se convierte en el ícono de su barrio

Entre cuatro paredes llenas de zapatos y hormas está Rafael López, de 76 años, el hombre que nunca tocó una escuela, y se ha convertido en un creador empírico

Escrito en GUANAJUATO el

León-. El hombre que nunca pisó una escuela y que ha aprendido de la vida se ha convertido en el ícono de su barrio. “Adiós don Rafa” le dice otro vecino, entre los cinco que lo han interrumpido para saludarlo durante la entrevista. Esto significa ser zapatero remendón y vivir en San Juan de Dios.

Entre un montón de zapatos, hilos apilados, hormas, máquinas y pegamento está Rafael López González, de 76 años. Un señor de barbas blancas y cabello largo, de ojos pequeños y ceja poblada, de manos desgastadas, pero de una mirada noble. Usa una boina negra, un pañuelo rojo y un chaleco guinda. Un leonés que se dedica a arreglar zapatos desde hace casi 50 años.

Esas cuatro paredes que están en la calle Independencia se han vuelto su vida. Un rincón nostálgico que le da para el pan de cada día, y con el que dio estudios a sus hijos, un viejo taller con el que Don Rafa se siente “satisfecho”.

“Me siento orgulloso, gracias a Dios y a mi sagrada esposa que me ayudó mucho (…) me siguen trayendo trabajo”.

 

Rafael nació en 1945, y creció en la comunidad Los Ramírez, a 17.4 kilómetros de la zona centro en auto. Un rancho en el que los servicios básicos eran escasos. Se dedicaba al ganado y no había de otra, no conoció los libros ni los salones de clases. “Me la pasaba cuidando mis chivitas en el rancho”, cuenta mientras echa un vistazo a su pasado.

El señor de 76 años se volvió un “inventor empírico”.

“Me enseñó la vida, los golpes, las equivocaciones, porque si uno aprende en la vida es de los errores. Si yo hubiera estudiado yo no estuviera aquí, el destino no me hubiera guiado con otra cosa, me siento contento con mi presente. Me va muy bien, me tratan bien”.

A los 26 años Rafael se fue a vivir a donde ahora, en una casa de la calle Independencia en San Juan de Dios. Lo que comenzó como un trabajo de fábrica terminó en la idea de echar a andar un taller, pero no para hacer zapato, sino para arreglarlos. Un oficio que poco a poco se extingue en la ciudad, pero que define a Don Rafa de pies a cabeza.

“Mi idea es descubrir, innovar, ser único, no imitar la moda”, dice el remendón al que cada día le llega un nuevo par de zapatos.

Rafael cierra su negocio para ir por material, para ir a comer, para salir con su perro, su vida está enfocada ahora en vivir en paz. Un horno artesanal es su último proyecto, al que le echa gorditas, calabazas, y en el que estuvo trabajando por varios años.

Entre la charla, Don Rafal se detiene unos segundos a pensar que es lo que lo ha vuelto un personaje icónico, ¿Su apariencia? ¿Su forma de hablar? ¿Su oficio? ¿Sus historias? Al final de cuentas dice que es mejor no aparentar nada.

“Las barbas, mi apariencia, aparento nada. Es mejor aparentar nada y ser alguien, me gusta la humildad, la sinceridad, la enseñanza”.

“Queremos vivir como viven los artistas, no hay que ilusionarse, imitando su vida”.  

Rafael está contento con su oficio y no se ve haciendo otra cosa, esta ya es su vida.

Su esposa era su última compañía, cuando falleció su mundo se desmoronó y se refugió en el alcohol, pero hace 7 años que ya no toma, dice que ya superó ese triste episodio. Ahora vive solo y lo visitan sus cinco hijos, o a veces él va a verlos, cuenta. 

Una vida despreocupada y sin horarios podría describirlo, pero también un taller lleno de zapatos que lo esperan.

Crear es su único objetivo, y aún vive para contarlo.