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“Íbamos al cerro por nopales para comer”: la pandemia en Los Castillos

Detrás de una casa de adobe está Esther, una mujer de 70 años que subía y bajaba el cerro para sobrevivir. El 43.4% de los guanajuatenses viven en pobreza

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Escrito en GUANAJUATO el

León-. La mirada de Doña Esther es inolvidable: ojos claros, y profundos. Una mirada noble que arrastra años de experiencia, pero también de dolor. El dolor de sobrevivir y vivir al día. La preocupación de subir y bajar el cerro para traer una cubeta llena de nopales para comer y vender: “hasta se espina uno”, cuenta a La Silla Rota.

Le dicen la ‘Gaviota’ pero se llama Esther Salazar Mujica, tiene 70 años. Vive en una casa de adobe de portón negro, marcada con el número 216. Ahí donde está pegada una calcomanía del presidente municipal Héctor López Santillana, en una calle sin pavimentar y en medio de la nada. A la orilla de la colonia Los Castillos, a 10.2 km del centro de la ciudad, muy cerca de un cerro.

Pues íbamos al cerro a traer nopales para mantenernos, ese era nuestro oficio, porque él ya no podía trabajar-su esposo-, estaba malito de un ojo, relata la señora Esther.

Con una voz temblorosa, Doña Esther cuenta como ella y su marido de 90 años, sobrevivieron comiendo y vendiendo nopales, antes de que él falleciera, en el 2020.

Ofrecían la planta casa por casa y en los mercados. Eso sí, tenían que esperar la llegada de la “semana santa” para ir a cortar nopales, porque solo en esa temporada hay, comenta.

Nos íbamos tempranito para que no nos diera el calor. Vendíamos como 10 cubetas, él cinco y yo otras cinco. Yo andaba por las casas vendiendo, hay veces que vendía 100 –pesos-, 50. Y ya de eso nos repartíamos él –su esposo- y yo.

Espinarse era el menor de los riesgos a los que se enfrentaban Doña Esther y su esposo. A eso se sumaban “los cholillos” que merodeaban por el cerro o también el peligro de resbalarse, por ser adultos mayores. Eso nunca los detuvo, el hambre los obligaba a subir el cerro “pa’ comer, que hacíamos”, dice la mujer de 70 años.

Con un cuchillo los bajábamos –los nopales-, le poníamos a un palito un cuchillo y luego ya los bajábamos. Se me hace que hasta se espina uno, o le cae en un ojo.

A la hora de cocinarlos, lo único con lo que podían combinarlos era con frijoles. Su economía no les daba para más. “Había veces que ni teníamos para comprar cebolla”, cuenta Doña Esther.

 

¿CUÁNTAS PERSONAS VIVEN ASÍ EN GUANAJUATO?

Como ella, hay 2 millones 587 mil personas en situación de pobreza, en Guanajuato. Es decir, el 43.4% de la población, de acuerdo con el Informe de Pobreza y Evaluación del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) 2018. Las mujeres y los menores de edad  son quienes más sufren los estragos, pues ocupan la mayor parte de esos 2 millones de personas pobres.

En medio de este panorama, y en una de las colonias más marginadas de León, el esposo de Doña Esther le dio la idea de ir a cortar nopales. Al ser un adulto mayor y enfermo, no le quedaba otra alternativa. 

A él se le ocurrió, a mí no me gustaba ir al cerro. Con mucho calor que llegaba y bien cansada. Me decía: vamos, siquiera a sacar un cinquito –dinero- para ayudarnos.

Ahora que su esposo murió, Doña Esther sufre por partida doble: extrañar a su compañero de vida y sobrevivir de la caridad de los vecinos y conocidos. Su esposo falleció a causa del cáncer de próstata, a eso se sumó un problema en el pulmón que “lo tenía lleno de agua”. Su pareja se resistió a una operación que era necesaria “dijo que no, que ya no aguantaba”, y murió, cuenta la viuda.

La gente por ahí me ayuda. Ya me dan mandadito, dinerito, y con eso me la paso (…) mis amigas por ahí me dan, y llego y caliento la comida, cuenta Doña Esther.

 

OTRO VECINOS SUBIERON AL CERRO POR NOPALES Y… PESCADO

Areli vive unas calles atrás de donde vive Doña Esther. En una vivienda de dos pisos pintada de blanco. A sus 22 años, Areli Aidee González Pérez ya sabe lo que es no tener que comer, jugarse la suerte de ir a pescar y bajar nopales del cerro, como su vecina.

En marzo del 2020, cuando empezó la pandemia, ella y su esposo tuvieron que comer nopales y pescado por dos semanas. Esa fue su alternativa de supervivencia cuando a su marido le dieron la noticia de que estaba despedido.

Pues dijimos: ¿qué hacemos? Nimodo, lo que hacen los viejitos y la gente. Y se iba (su esposo) al cerro a acarrear nopales. Hay una presa más para arriba, también se iba a pescar y duramos como dos semanas comiendo pescado y nopales.

Areli trató de mantener la calma en los tiempos de tempestad. Pero su esposo se estresó por ser el sustento de sus dos hijos: Carlos, de cuatro años, y Gabriel, de dos.

Mi esposo sí se desesperaba: yo decía, mientras tengamos que comer. De hecho ahorita hay tiempos en los que comemos pura sopa, ya una que otra vez sopa con chorizo.

Imagen del cerro al que subieron las familias para cortar nopales, en la colonia Los Castillos (Foto: Cortesía)

Era como si su familia caminara sobre un hilo delgado. Se enfrentaron a días en los que sus hijos les preguntaban que iban a comer. Este panorama no ha cambiado mucho, aunque sí es un poco “mejor”, dice Areli. Su esposo consiguió un trabajo de pespuntador en una fábrica, pero el sueldo de lunes a viernes no le alcanza. Así que los fines de semana “se va de albañil” con un familiar. “Salió con 600 pesos la semana pasada”, relata Areli, angustiada.

VIVIR CON 80 PESOS AL DÍA: JENNI VIVE UNA REALIDAD SIMILAR

A un lado de la casa de Areli, vive Jennifer Velázquez Ramírez. Una chica de 24 años que tiene dos hijos: uno llamado Joseph, de 5 años, y Hermione de tres años “como la de Harry Potter”, dice riéndose.

Su realidad no es muy distinta a la de su vecina, la única diferencia es que su casa está pintada de un tono rosa descolorido y tiene internet. Mientras platica a La Silla Rota la crisis a la que se enfrentó su familia, pasa un chico en motocicleta que le ofrece tortillas “ahorita no”, dice ella. Así es la vida en Los Castillos, para “bajar” a las tiendas y comercios hay que caminar varios metros.

Su esposo trabajaba como operador de maquinaria pasada, en el ramo de la construcción. Pero “se le bajó el trabajo” al principio de la pandemia –en marzo de 2020-. Así vivieron por cuatro meses.

Estuvo bien difícil, ya no hallábamos la puerta. Nuestra rentera nos esperó el tiempo de renta, fuimos como abonando, de 100, de 200 (pesos). Como tengo una bebé discapacitada, demanda mucho en leche, medicamentos.

También tuvo que vender parte de su ropa en un tianguis. “Me agarró la desesperación y vendí todo lo que tenía: ropa, juguetes que el niño ya no usaba. Me iba los lunes y jueves, y ya sacaba 50, 70, 80 (pesos) para el día, con eso ya la hacía”. Aunque solo le ajustaba para tortillas, huevo, frijoles y “unas tortitas de papa”, cuenta. “Me decía mi hijo quiero unos dorilocos, quiero una coca, yo le decía: no, o son churros o es comida”.

De hecho una ancianita que vive aquí abajo, ella se dedica a vender nopales, dice para referirse a Doña Esther.

 

Para Jenni y su familia “ya pasó el peor momento”. Su esposo encontró otro trabajo, y han sobrevivido. Aunque eso no cambia su situación, pues su hija padece un síndrome que le impide desarrollarse. A sus tres años de edad la cargan como a una bebé de diez meses.

Así se vive la pandemia en Los Castillos.

*Fotografías de Ivonne Ortiz.

SP